domingo, 31 de julio de 2011

Democracia, cuando callas, ¿es porque estás ausente?


Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

(Pablo Neruda)


Esta poesía que todos, o la mayoría, conocen, se ha utilizado para hablar de la democracia en ese país. Pero nos hemos equivocado. La democracia existe y está vigente, vivita y coleando. Tanto que la libertad de expresión es más poderosa que nunca y todos los que quieren alzar su voz pueden hacerlo, pese a lo que algunos digan, aludiendo a tramas y conspiraciones: http://www.abcdesevilla.es/20110730/sevilla/sevi-democracia-real-plan-centro-201107292233.html

En esta democracia también entra nuestro querido amigo y gran protagonista de algunas entradas de este blog, Rouco Varela, que junto a Esperanza Aguirre representa el abrir la boca para cagarla. No sé qué le habremos hecho los jóvenes que no vamos a misa. Quizás sea inmoral no echar dinero en el cepillo:

Por supuesto dentro de la política tenemos el núcleo de la democracia. En el partido recién ganador de las elecciones municipales –el PP– cuentan con grandes librepensadores, solidarios con el mundo al que pertenecen y siempre dispuestos a echar una mano al prójimo. Porque ya ha pasado el tiempo de individualismos y hemos enterrado el egoísmo del que alguien llamó primer mundo una vez y se lo creyó. Es por eso que gente como Salomé P. Villaverde, secretaria de Educación de Nuevas Generaciones del PP de Asturias, pone los puntos sobre las jotas y nos demuestra que la democracia existe si se permite que alguen como ella esté al mando de nada:

Y también, para concluir esta lista de actos demócratas en nuestro país, hemos de tomar como ejemplo de democracia y de libertad de expresión a canales de televisión como Intereconomía, porque gracias a ellos sabemos que la democracia existe, si no, uno no se podría explicar el porqué de su existencia y es que son porque tiene que haber de todo, aunque sea para insultar, tergiversar y lucir una demagogia aplastante. No se pierdan este gran anuncio que viene calentito:
 

Podría aburrirme dando ejemplos de democracia así que por favor, que nadie diga que no existe, que está perjudicada o que necesita respiración asistida para poder vegetar un poco más, no mucho, lo justo hasta que nos terminen de desangrar. Este año el tiempo de la matanza ha llegado antes y son los cerdos los que ejecutan.

sábado, 30 de julio de 2011

¡Madre, no quiero ser artista!


Mi amiga Cristina, una de las mujeres más inteligentes que conozco, me dijo un día: “algunos artistas deberían dedicarse a hacer lo que hacen y no a hablar, porque cuando abren la boca, la cagan”. Yo siempre he pensado que si algún día me hiciera famoso por lo que fuera (blogero del año, vaciador de vidrios, vividor de nocturnidad, experto en dilación, buscador de líos sin retorno, etc.), aprovecharía la plataforma que la fama me diera para hablar de temas interesantes como la mala gestión del alimento en el mundo, las políticas económicas que asfixian a la mayoría de los mortales o la mala gestión universal que se está haciendo del medio ambiente. Me informaría, leería mucho sobre ello y aprovecharía para soltar mensajitos por doquier hasta que la gente me pusiera motes por pesado. Bueno, alguna cosilla más sacaría también de la fama, pero eso es otro tema.

Hoy en día, tenemos algunos ejemplos de famosos que dejan mucho que desear al respecto. Los famosos dicen cada vez más gilipolleces y a la vez son cada vez más influyentes, lo cual complica el panorama. Eso no pasaba antes. Cuando algún famoso decía algo, quedaba grabado en los anales de las citas históricas. Por ejemplo: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”, de Einstein. O “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos” del muy citado últimamente y grande Martin Luther King. O también en un tono más poético, Cortázar siempre magnífico diciendo:  “Ven a dormir conmigo: no haremos el amor, él nos hará”. Son tres ejemplos entre millones de ellos. Pura inspiración.
Ahora vamos a ver qué nos deparan los tiempos modernos, con esa gente a la que llamamos artistas. Así tenemos a Pamela Anderson, siempre muy recurrida en el mundo intelectual, asentando que “no es la contaminación lo que daña el ambiente. Son las impurezas del aire y el agua”. O a Britney Spears, más de lo mismo, diciendo que “las películas actuales son raras, te hacen pensar”. Y como cita de un gran pensador, George Bush hablando de economía doméstica: “La mayor parte de nuestras importaciones vienen de afuera del país”. Estamos salvados.

Siendo un poco más actuales, he de hablar de Morrisey, ex-cantante de los fantásticos The Smiths. Ha de ser increíble tener eso en tu currículo. Vas a un bar y dices: “sí, bueno, yo cantaba en ese grupillo, en The Smith, ya sabes”. Y el resto te viene solo: conversación, copas y mujeres. Pero no, el tipo por lo visto no estaba conforme con eso y ha decidido hacer justo lo que Cristina no recomienda y con toda la razón del mundo: hablar. Además, ha escogido el símil perfecto: la matanza en Oslo con la matanza de vacas en McDonalds y de pollos en Kentucky Fried Chicken. ¡Olé! Y se ha quedado el tío tan ancho. Me ha extrañado que no haya dicho nada sobre la explotación de animales que Disney hace en sus películas, abusando de Goofy, Mickey y el pato Donald.

Yo entiendo que existe una cosa llamada derechos de los animales. Estoy de acuerdo con ello y los apoyo en todo lo que concierne el maltrato y el atropello al que sometemos a la especie animal. Pero lo siento mucho y que me perdonen los que se ofendan pero un perro no es una persona ni un pollo un adolescente. Y sí, está fatal matar a golpes a una vaca, lo detesto y denuncio. Pero no es comparable con ejecutar a casi una centena de personas porque te sale de la polla. Si esto no es entendible, apaga y vámonos. Y si por ser artista uno puede decir lo que le salga del níspero sin más y sin nadie que le de una colleja pues apaga también.

Hablar de impuestos sobre la cultura desde tu islita recién comprada; o de justicia desde tu Mercedes abollado al matar a un niño; o de asesinatos de animales sólo porque seas vegetariano y te sientas mejor entre animales que entre personas, es fácil. Lo difícil es ser consecuente y callarse cuando no tienes nada inteligente que decir.   

viernes, 29 de julio de 2011

Nos vemos en noviembre


Rubalcaba recorta puntos y las elecciones se adelantan cuatro meses. ¿Tendrá alguna relación? ¿Hay miedo a que no se pueda hacer lo suficiente en ese tiempo como para ganar de nuevo la confianza de un pueblo que pide a gritos un cambio, o mil? Es como cagarla con tu novia. Te deja y tú, no queriendo que te abandone y esperando que te perdone por el desliz con la rubia de la zapatería de dos calles más abajo, intentas agasajarla con cenas, regalos, flores y bombones. Cuando ves que la cosa va surtiendo el efecto deseado, vas y te plantas. ¿Es eso amor o es que no hay pelotas de seguir luchando hasta el final? No quiero entrar en romanticismos absurdos ya que la política es todo menos romántica, pero en mi mundo, cuando hay algo que se ama, que se quiere con todas las entrañas, uno se deja la piel hasta conseguirlo. Y si se mete la pata en el camino, si se cae en cualquier error durante la cruzada, uno se levanta, se sacude el polvo y sigue adelante hasta que la última palabra sea dicha.

Ahora los políticos se van de vacaciones. Se lleva el gobierno una lista de demandas hechas a pié de calle, a voz de gente, a tinta impresa a base de debates, comisiones y dialogo. Cuando vuelvan sólo da tiempo de buenas palabras, intenciones adornadas y campañas electorales donde los del 15M poco tiempo tendrán para poder usar la vuelta al cole en octubre. Aún así, el 15M no cierra las puertas al calor, ni a al sopor que define al estío en España. Lo mismo te montan una manifestación multitudinaria en julio, con dos cojones, que una revuelta en octubre, que acampadas –lo mismo vuelven a ser más regulares, de nuevo–, antes de las elecciones.
El gobierno, sea de capullos o de gaviotas, aprenderá a darle trabajo a la gente, si no quiere que se pongan las pilas y lo pidan a base de bien. El 15M sigue siendo un ejemplo de democracia, de tesón y de buen hacer. Sigue siendo un espejo impoluto donde se refleja cada vez más la represión y la ahogada realidad a la que millones de españoles se tienen que enfrentar cada día. El PSOE baja tres puntos y adelanta elecciones. El 15M consiguió que las elecciones municipales fueran participativas y el voto nulo aumentara y ya los ves, ahí siguen, ahí seguimos, si me permiten modestamente sentirme parte de esta plataforma, alentando desde mi rincón teutón todo lo que puedo a la causa.

El 20 de noviembre votaré. Pondré la foto de Merkel con bigote dentro de un sobre y lo mandaré a mi ciudad de empadronamiento. Si nada cambia, mi voto tampoco lo hará. Ni los vídeos melosos de un Rubalcaba cercano y esperanzador me llenan ni las barbas sin remojar ni afeitar de un Rajoy que sólo espera conseguir su sueldo vitalicio de rebote, porque no hay nadie más, porque nos creemos que no hay nada mejor. No me cansaré de repetirme, no me dará miedo que la gente deje de leer esto por aburrimiento, no cesaré de protestar por la mierda que nos llega al cuello y por supuesto no me rendiré en estos tiempos que corren, donde la pasión es la única herramienta que nos puede devolver una sociedad que se perdió hace décadas. Porque yo, personalmente, hagan lo que hagan o digan lo que digan en las Cortes o en los bares o en las calles o en los medios de comunicación, para intentar hacerme ver que nada cambiará, yo, no dejaré nunca de creer. Es hora de pensar que creer no es soñar y que soñar no es utopía.    

jueves, 28 de julio de 2011

Un artículo, una conversación y un chiste


Hoy he leído un chiste bastante curioso. Un niño de tres años se estaba bañando y mirándose los testículos le preguntó a la madre:
–Mamá, ¿es éste mi cerebro?
La madre, con un sonrisa, se limitó a contestar:
–Todavía no.

Más tarde, me he encontrado con un artículo en el que se explica y razona con multitud de detalles, pruebas y empirismos que, el buscar y ver porno en Internet atrofia el cerebro del hombre (asume el artículo que las mujeres no son consumidoras de porno, lo cual no se aleja demasiado de la realidad, ya que muchas están ocupadas interpretándolo, otras sólo lo ven con sus parejas y el resto no sabe no contesta).
Yo ya he comentado alguna vez que estoy tan caliente y tengo una imaginación tan vivaz que apenas recurro a este pasatiempo de buscar en Internet excusas para tocarme. Yo soy como Sabina y me sobran los motivos. Pero tampoco voy a tirarme el farol y buscar he buscado, como también conozco un par de paginitas repletas de señoritas ligeritas de ropa, tabúes y grasa. Es por ello que puedo comentar lo que el artículo dice y me parece que tiene bastante sentido (por eso viene en La Razón).
El argumento detrás de un titular como éste: “La última batalla feminista: el porno daña el cerebro masculino” es que cuando el hombre se harta de ver porno, luego lo demás, lo real, le aburre, le parece una mierda y lo único que quiere es someter a la mujer a que haga lo que esas mujeres hacen en las pelis que ve. Es muy comprensible y tentador. Contorsionistas del placer agarrando febrilmente cada centímetro de tu cuerpo, haciéndolo vibrar y explorar nuevas dimensiones dentro de la lujuria, provocando el escándalo en la ley de la gravedad, probando el néctar del pecado más libidinoso en copa de piel, sudor y turgencia. Es normal que uno quiera en la cama una mezcla entre el Circo del Sol y el vídeo de Pamela Anderson en su lancha motora. Pero los hombres no podemos limitarnos a tan banal aspiración, como tampoco las mujeres pueden esperar que cada vez que se acuestan con un tío, éstos sean capaces de hacer el helicóptero, duren 90 minutos de reloj y la tengan como Nacho Vidal. Lo que pasa es que ellas son realistas y nosotros unos pajilleros.

Esto me recuerda a la conversación que he tenido hoy del tema con mi amigo Pedro, el periodista (mi otro amigo Pedro es cura y no hablamos de estas cosas). Me ha dicho que va a estar en Málaga cuando yo y estábamos pensando en vernos. Ha amenazado con traer a una prostituta ucraniana si no le encuentro una chica.
–La traigo de Puerto Parrús –me dice.
–Pues tráete unas cuantas si eso –le contesto. –Puede estar divertido, pero no tienes pelotas.
–Ya me conoces, no me provoques.
Y lo vuelvo a decir aquí: no tiene pelotas. Porque si aparece en Málaga con una rubia de dos metros ucraniana no voy a parar de hacerle preguntas sobre su profesión, sobre los salidos con los que se acuesta, sobre si los hombres que ven mucha porno están descerebrados y sobre si es verdad que cuando te haces mayor piensas con las pelotas.       

Yo sigo pensando lo mismo y me aferro a mi teoría. Para todo lo que implique una actividad social del tipo que sea –amigos, diversión, sexo, amor y entretenimiento variado–, sólo una canción, una frase, un sitio: bares. ¡Qué lugares!

miércoles, 27 de julio de 2011

Las recetas de la abuela


Cuando en época de colonización, los soldados, exploradores y demás participantes de las pompas británicas de su majestad la reina Victoria, comenzaron a caer como chinches debido a los efectos de la malaria, el personal se empezó a acojonar. “¡Tate!”, dijo un inglés con calcetines blancos y el cuello rojo cangrejo, al ver desplomarse al cocinero sobre… ¿cuál es este plato típico inglés?... ¡Ah, sí! Cuando vio al cocinero desplomarse sobre la bandeja de sándwiches. Sin embargo, este mismo inglés, con chaleco de pescador y bombín de Tintín, era un tipo muy curioso y se puso a investigar por qué algunos se ponían malos y por qué otros no. Preguntó por acá y por allá. Apuntó y analizó todas las rutinas que los hombres de la expedición realizaban a diario. Y al final, un día, halló la respuesta en el fondo de una botella. En el fondo de una botella de tónica. La tónica tiene quinina y ésta previene la malaria, con lo que aquéllos que se hartaban de gintonics, no pillaban la enfermedad. Eso explica por qué no he cogido malaria en los dos años viviendo en Etiopía.
Aún así, en Ruanda no he tomado mi remedio casero y ahora ando resfriado, que es el primer síntoma cuando la malaria aparece. No tengo fiebre, con lo que puede que no sea más que eso: un resfriado producto de las terrazas de verano (por mis cojones verano) aquí en Berlín (esta gente no ha visto el verano ni en la tele). Pero por si acaso, me he comprado una botella de ginebra para poder tomar así tónica, porque sola no me entra. Así da gusto curarse.

Hablando de gusto, me ha encantado toparme con una noticia maravillosa, de ésas que me gustan tanto. Resulta que una buena mujer de la tierra de los canguros, se fue a un congreso o algo así. Tuvo que quedarse unos días en un hotel y una de las noches, decidió darse un homenaje y se subió a un maromo a que le hiciera las veces del consolador, que ya había gastado hasta las pilas del mando de la tele. La muchacha comienza su baile erótico festivo con el chaval de turno y ahí, rozando cuerpos, retozando de lo lindo e intercambiando más que palabras se hallaban cuando una lámpara cayó y le dejó a la mujer la cara bonita, bonita. Putada donde las haya. Lo mismo la tía llevaba sin follar dos meses y cuando al final moja, toma, una lámpara. Hay gente que tiene una idea y se le enciende una bombilla pero a esta mujer le vino de pronto la ecuación de Blotzmann (descubierta en el 2010, pero esta chica tuvo el percance en el 2007. Si no pilláis esta parte no pasa nada, es un toque de humor de ciencias, que nunca me suele salir bien) y con ella Endesa detrás.
Y claro estaréis pensando: joder qué movida, qué historia. Y ya está. Pero no, la cosa no acaba ahí. Lo bueno es que la mujer quiere cobrar daños y perjuicios porque como estaba currando (al estar fuera en una conferencia, no que se hubiera metido a puta) el accidente fue un accidente laboral. El abogado defensor, ante la confusión de la sala, movió la cabeza de arriba abajo, asertivamente, para concluir con esta gran frase: el sexo es un "algo común en la vida", igual que dormir o darse una ducha. Por lo que considera justa la reclamación. Sí señor, con dos cojones.
El fiscal, por otro lado, también ha soltado lo suyo y ha argumentado a su colega (de profesión que no sé si de copas también) con lo siguiente: durante un viaje oficial las personas necesitan comer, dormir y atender sus necesidades derivadas de la higiene personal, pero "no necesitan tener sexo". 
Vamos a ver si nos aclaramos.  Ni lo uno ni lo otro. Ni el sexo es algo común en la vida –y si no que se lo digan a más de uno, que no moja ni magdalenas y mira que las compra él y vive solo–. Ni tampoco hay que llegar a eso de que no se necesita el sexo. Porque necesitarse se necesita, sea cuando uno esté en una conferencia o en casa o con la vecina del quinto o con el perro del del cuarto. Cada cual a lo suyo. Pero el sexo está ahí y picar nos pica a todos y a todas (que yo distingo entre sexos nada más que a la hora de meterme en la cama), con lo que quien sea inocente que tire la primera piedra.

Yo por mi parte, voy a tomarme la receta del doctor muy en serio y me voy a tomar mi ración de quinina, que la noche ya ha empezado a caer y no me gusta hacerle feos a mi tito Gordon’s.  

 

  

martes, 26 de julio de 2011

La mala memoria de aquéllos a los que no les dejan soñar


Yo soy de soñar. Despierto y dormido. Es lo bonito de cerrar los ojos y desconectar del mundo. Es lo único positivo que le veo. Y si te despiertan cuando estás a medias de luchar con un dragón con las cabezas de todos tus peores profesores del instituto o cuando vas a besar a una extraña, que se parece mucho a tu primer amor o incluso a tu hermana, cuando el despertador suena justo cuando te das cuenta de que estás desnudo o te persiguen, pero no puedes correr. En lo bueno y en lo malo, cuando te interrumpen el sueño, te afecta a la memoria. O eso dice el último estudio al respecto hecho sobre ratones.

Pensándolo con detenimiento, le veo todo el sentido del mundo. Lo que los científicos han tardado tanto en demostrar –puteando a unos cuantos de ratones–, los grandes poderes del mundo ya lo sabían hace décadas: no les dejemos soñar, no pasa nada. El tiempo hace mella y se acabarán olvidando de las razones que les indignaron en primer lugar.
En estos tiempos que siempre se habla de memoria histórica, del pasado, de los antiguos mandatarios a los que hoy persigue la justicia, a los que no pero que debieran, de los errores de antaño, de las perversidades de nuestros ancestros, del basta ya. En estos tiempos que se castiga a los removedores de mierda, a los que buscan en las puertas dejadas atrás, en los que quieren hablar de lo hecho y de lo asumido. En estos tiempos, los periódicos de ayer son obsoletos y los de hoy están al borde de ser parte perdida de la historia. Tenemos demasiada prisa por irnos a dormir y encontrarnos con un nuevo día. Pero te despertarán en mitad de la noche ya que mientras dormimos no producimos, no consumimos, no somos. Y no se puede manipular a la gente mientras duermen. Toquecito en el hombro, te despiertas y se te acabó el sueño en el que ibas galopando por una ladera que nunca terminaba y estaba en medio de una galaxia desconocida. Palmadita en el brazo y abres los ojos perdiendo para siempre ese baile de disfraces en Venecia en el que estabas seguro ibas a encontrar la máscara perfecta.

Nos quitan los sueños y encima nos obligan a olvidar. Me pregunto qué pasa con los del 15M que no se cansan de seguir hacia delante. ¿Por qué los de Ruanda quieren pasar página pero no olvidar? ¿Por qué Alemania conmemora anualmente el Holocausto? Pero a su vez, ¿por qué en Bosnia se han quitado los 90 de los libros de historia? ¿Por qué se le acusa a Garzón? ¿Por qué hay ladrones de otra época a los que no se les rinden cuentas?

Siempre digo que yo cuando duermo, duermo. No me despierto con nada ni nadie. Los que me conocen lo saben bien. Eso no me impide el que tenga mala memoria, quizás causadas por otras miles de razones. Sea lo que sea, ni me olvido de soñar ni me olvido del pretérito del verbo doler, del verbo morir, asesinar, ultrajar, reprimir, torturar, aterrorizar, aniquilar, sepultar, lapidar, matar y otros tantos que me hablan de muchas vidas sesgadas por hijos de puta que por muchas veces que me intenten despertar en mitad de la noche, en mitad de los sueños, jamás conseguirán que los olvide.

Yo sueño para ver cómo será mi vida mañana, no para esconderme de la de hoy y mucho menos para enterrar la que tuve ayer.

lunes, 25 de julio de 2011

Breve reflexión: el mundo está loco


El otro día leí una noticia traumática. No me lo podía creer. Por lo visto Rusia, desde hace una semana o así, considera que la cerveza es alcohol. ¡Alcohol! Ya ha dejado de ser refresco, ya no es la Mirinda de los rusitos y rusitas. Ahora es maliciosa, nociva y etílica. ¡Rusia! ¿Qué nos espera? ¿Qué queda por venir? ¿Ámsterdam declarará la marihuana droga? ¿Marruecos dirá que el hachís local es malo? ¿Jerez que no les gusta ni el vino ni las motos? ¿Galicia no creerá en las meigas? ¿Los catalanes pasarán de la pela? ¿Los del Atleti se cansarán de sufrir? ¿Los de Granada dejarán de tener la mala follá? ¿Espinete se tirará a Don Pimpón? ¿Las abuelas dejarán de hacer croquetas? ¿Los abuelos no visitarán las obras? ¿Los profesores nos dejarán de tener manía? ¿Los horóscopos acertarán? ¿Será más divertido hacerlo con condón? ¿Los besos sin amor sabrán mal? ¿Se comerá el coyote al correcaminos? La cerveza ahora es alcohol para los rusos, que la ofrecían como la mejor alternativa para el vodka, mucho más saludable. Ya no se dará en teta, sino en tetabrick. Una lástima.

Yo tengo una educación mediterránea, en la que hemos tardado menos en darnos cuenta de que la cerveza empunta pero aún así la seguimos tomando, con alegría, con alevosía y con mucha dedicación. Y que dure por muchos años.

Perdonad la brevedad pero hoy es uno de esos días…  

domingo, 24 de julio de 2011

Un fin de semana ajetreado


He escuchado unas cuantas de buenas historias en los últimos días. Podría contaros la de la chica que quedó atrapada entre la ventanilla de un avión y los vómitos que su compañera de viaje le regaló, mientras dormía. O podría contaros la historia de un niño autista que secuestró a un anciano a la salida del supermercado y lo encerró en su garaje, porque creía que era un gnomo. También podría describiros el momento de vergüenza ajena que mi amiga vivió al ayudar a una veinteañera borracha, que comenzó a cagar en medio de la calle. Pero no lo voy a hacer. Al menos no hoy. Y es que he vuelto a Berlín, he vuelto a leer las noticias y joder, cómo está el patio.

Tenemos, por un lado a un tipo que ha decidido disfrazarse de cruzado y liarse a tiros. Alguien no le contó a este pobre diablo que los que se dedicaron a matar infieles por el hecho de no acatar las leyes del catolicismo eran tan pringaos y estaban tan chalaos como él ha demostrado de sobra. Si alguien aún tiene dudas, echadle un vistazo a su presentación, que anda por Internet.
He de reconocer que me ha impresionado bastante el que la prensa española le esté dedicando tanto espacio a la noticia, considerando que Amy Winehouse se ha muerto. Quizás es porque la gente no se ha extrañado mucho. Era la crónica de un final anunciado. Las pérdidas son siempre tristes, sean de noruega, muertas por los delirios de locura o inglesas, muertas por los delirios de grandeza.

Al menos ha habido noticias buenas, noticias de ésas que te hacen sonreír y te hacen sentirte bien. “¿Qué te ha sobrado de este viaje”, le preguntaron a un sevillano que había salido de Brenes, un pueblo cercano al mío, andando junto a otros del grupo del 15M? “¿Qué me ha sobrado?”, dice, “Besos”. Y me he reído por no escuchar nada sobre las ampollas, el cansancio, el calor, los compañeros o la gente que se han encontrado por el camino. Daban ánimos, nos daban ánimos a todos a seguir, a no rendirnos, a participar como podamos, a que sigamos creyendo. Nos daban ánimos, para que sigamos protestando por lo que no nos gusta, lo que nos ofende, lo que nos duele. Me ha encantado ver de nuevo la Puerta del Sol enorme, burbujeante y me encantará ver las mismas fotos en todas aquellas plazas que se hayan decidido a seguir la iniciativa. Me encanta seguir llevando la razón –porque ellos me la han dado– cuando discuto con los que no creen en todo esto y piensan que es una moda pasajera, una rabieta, una pataleta. Ya van tres meses de lucha, de indignación (bueno, esto venía de lejos) y de alzar voces y conciencias. Muchos no creyeron que llegara a las tres semanas. Pero hoy han vuelto a asomar la cabeza y a decir: “¡Eh! ¡Que no hemos acabado, que no hemos olvidado, ni nos hemos ido. Que seguimos aquí!” Me imagino la cara que han puesto algunos al verse Neptuno colapsado. “Vamos a cortarles el agua a los del 15M”, dijo algún listo. Y se la cortaron, como si se fueran con ello a derretir y desaparecer por entre los poros del asfalto. Mucho miedo. Hay mucho miedo.

Hoy se ha visto de nuevo. Siguen las ganas de cambiar esto. Se sigue creyendo que es posible.



sábado, 23 de julio de 2011

Reflexiones desde el avión


–Perdona, ¿me dejas pasar al otro lado?
Estoy en la línea central de asientos del avión y el hombre que tengo al lado quería pasarse a los asientos vacíos a mi derecha, con lo que si le dejaba paso se ahorraba darle media vuelta al avión. Así que me levanto, le dejo salir y vuelvo a mis pensamientos.
Hoy por fin, el último día, he tenido tiempo para hacer algunas fotos. Se me ha jodido un objetivo pero no sé muy bien qué pasa, tendré que mirarlo con detenimiento cuando llegue a casa. Aunque el fin de semana tengo visita esperando: Sam y unos amigos suyos. Es lo que menos necesito ahora mismo pero bueno, siempre se agradece ver al niño, que desde que se fue a Frankfurt, le tengo perdida la pista.
Las fotos han sido de la gente por la calle, de algunas escenas curiosas, de temas de trabajo y de esas caras de niños africanos que sé que son un cliché pero joder es que lo son por algo. Esos ojos enormes mirando a todos los sitios que parece que hacen agujeros cuando observan. Y esas sonrisas que te parten en tres, para luego recomponerte de nuevo.
–Perdona, ¿te importa dejarme pasar de nuevo?
Miro a mi lado y el tío está otra vez sentado en el mismo sitio. ¿Qué coño ha pasado? Sonrío, me levanto y le dejo pasar. Esta vez le miro y compruebo que se sienta en el otro lado. Vaya tío raro.
Por la tarde hemos ido a un colegio donde hemos fotografiado a un jugador del equipo nacional de futbol Ruanda. Vamos, que no lo conoce ni su madre. Pero el chico ha tenido toda la paciencia del mundo y ha aguantado el tipo. Mira aquí, sonríe allá, ponte un poquito a la derecha… venga, ya te puedes poner la ropa e irte a tu casa, sales en la Playboy de Octubre.
Para despedirnos, resacosos como perros y arañando piedras para sacar agua, nos hemos arrastrado, de nuevo, al famoso Green Corner, a comer pollo y patatas. Ya somos como de la casa. Pero bueno, estaba cerca de allí, teníamos prisa y nostalgia con lo que vino bien la parada para tomar una cerveza y ponernos en forma de nuevo. De ahí, a una moto-taxi y al hotel corriendo que el avión se nos iba. Mi taxista era de Cuenca porque vamos no tenía ni puta idea dónde estaba mi hotel con lo que decidió llevarme a otro sitio que lo mismo pensaba me iba a gustar más. Claro que sí, hombre, turismo urbano a una hora de que se vaya el avión, tócate los huevos. Y para colmo le da por creerse en el Jarama y casi dejo mis huellas digitales en las ventanillas de un autobús. Pero bueno, estas cosas hay que acabarlas a lo grande.
–Perdona…
Se ha quedado mudo al verme la cara con la que le he mirado. Pero, ¿qué coño hace otra vez el gilipollas este sentado donde estaba y pidiéndome paso? ¿Se está quedando conmigo?
–Bueno, ya si eso doy la vuelta –ha dicho, yéndose sin más.
Mañana Berlín. De nuevo mis cositas, mis palabras sobre la vida moderna, mi oficina microscópica compartida por 500, de nuevo la lluvia y el alemán y las distancias y el metro. De nuevo niños rubitos con ojos azules, papeles en las calles y bolsas de plástico (¿he dicho ya que las bolsas de plástico están prohibido en Ruanda?). De nuevo… ¡coño! ¡De nuevo está el subnormal éste sentado a mi lado! Nunca dejará de sorprenderme la gente que anda suelta por ahí. ¿Y a mí me llaman raro?   

Perdona cariño, pero ese pene es mío


Mientras me daba el aire en la cara, detrás de la moto-taxi, pensaba en lo inesperada que había resultado la cena. De nuevo en The Green Corner, nos habíamos encontrado a un grupo de ruandeses, recién llegados al país tras haber pasado tres años en China. En cuanto nos vieron nos ofrecieron sentarnos con ellos y en seguida nos acogieron como si fuéramos amigos de toda la vida. Estábamos mi jefe, Oliver (franco-inglés currante de Oxfam en Liberia, donde pueda que tenga que ir pronto) y yo. Fue una buena última cena. Muchas risas y además a mi jefe le dio un ataque de narcolepsia cojonudo.

Me quité el casco, pagué el euro que costaba el viaje de al menos quince minutos en moto y me uní a la pequeña comitiva de blanquitos que formábamos los tres aventureros, para entrar en una discoteca llamada Planet (o KCB).
No era la primera vez que entraba en un bar donde soy el único que no es negro. No es nuevo y la reacción es curiosa. Llama la atención un poco. Tampoco es la primera vez en la que estoy en África en un bar donde señoritas de agraciadas curvas y maneras se acercan para decirme frases repetidas de lo guapo que soy y que le invite a una copa. En Etiopía era muy duro rechazar a estas chicas que se ofrecían como buena compaña (por apenas 20€ toda la noche), cuando en su lugar deberían estar paseando por alguna pasarela internacional su impresionante belleza. Así está el mundo.
Pero lo de la última noche en Ruanda, al menos en este bar, fue muy grande. Las chicas no me hablaron, no me miraron, ni me sonrieron, ni me susurraron lindezas. Anoche, las chicas llegaron, se abrazaron, comenzaron a bailar y se aseguraron de que no hubiera parte de su cuerpo sin tocar, ni parte del suyo sin refregar por mi pene. Tal cual. Cuando pasaban unos segundos, en los cuales me dejaban perplejo, me pedían una cerveza y seguían bailando sacándole brillo con el culo a la cremallera de mi pantalón.
–Mira que tierno –le dije a Oliver– está poniendo mi mano en su corazón para que note cómo late. Es una lástima que no lo sienta con tanta teta de por medio.
La otra noche en Planet, mi pene se convirtió en un relaciones públicas. Las tías iban a saco, sin preguntas ni respuestas, sin negativas que valgan y sin miramientos. Yo apenas conocí a nadie pero mi pene fue el reclamo de la fiesta.

No soy putero. Tengo muchos defectos, manías, vicios y alevosías, pero no soy putero. No valgo para ello. Valoro demasiado a las mujeres y también  creo que aún no estoy tan mal como para tener que pagar por sexo, ni para necesitarlo tanto como para abonar por él, como si fuera una hamburguesa. La soledad es muy mala pero el calentón me lo soluciona un buen meneo y no me veo fomentando un negocio que hace tanto daño y especialmente en África.
Cuando las chicas se acercan a hacer sus labores, siempre acabo diciendo que estoy casado (como si eso hubiera parado antes a alguien) y me intento escaquear.

La última chica que se me acercó iba de guerrera. Con carnes tersas y contundentes. Con labios carnosos, piernas fuertes y cintura escurridiza. Se me acercó y mientras me decía su nombre me cogió el paquete. ¿Dónde ha quedado eso de darse la mano en este país?, pensé.
-Perdona cariño, pero ese pene es mío –dije.         
Lo liberó gentilmente, sonrió y me soltó, para mi asombro:
–Me recuerdas mucho a mi novio.
–¿Lo dices por el tamaño?
–No, por la barba.
Y me fui a pedirme una cerveza para poder soportar tanta locura. Al rato, mientras Oliver y yo hacíamos lo que probablemente se puede catalogar como la peor pareja de billar que se ha visto en la historia mundial, la simpática chica se acercó para presentarme a su novio, quien me saludó alegremente, mostrándose muy contento por conocerme.

A las cinco de la mañana aterricé en la cama de mi habitación pensando que me quedaban horas en aquel país de locos donde la gente en taxi lleva casco y te agarran la polla para decirte hola. Y me dio pena.   



jueves, 21 de julio de 2011

Y al tercer día… se acabó


Seis de la tarde del jueves. Estoy sentado por primera vez desde las diez de la mañana. Hoy he tenido suerte y he podido almorzar. De pie. Ahora estoy en el plenario de clausura donde la gente ha llegado a acuerdos, compromisos y comeduras de polla mutuas.
Me he pasado todo el día tomando fotos de los asistentes al evento para luego imprimirlas y colocarlas en un mapa de África gigante. Hemos puesto quizás más de 600 personas en él. La organización quiere usarlo para la portada del documento que van  a producir sobre la conferencia. Para nosotros, a nivel relaciones públicas es un éxito pero en el país de los ciegos el tuerto es el rey y en un coñazo de evento como éste, con una cruel procesión de power points, algo como lo que hemos hecho se convierte fácilmente en la revolución del siglo.
–Es una pena que nadie pueda ver cómo ha quedado el mapa –me dice mi jefe, sentado entre gente seria y responsable.
–Pues vamos por el panel y lo subimos a la sala para que lo vean todos –le reto.
Le veo acojonarse. A mí me la suda porque para mí no hay conciencia política ni interés de portarme bien. Pero él sabe que sería saltarnos un par de docenas de reglas de protocolo. No dice nada. Calla unos segundos y me dice:
–¿Vamos?
Guardo el ordenador, lo meto en la mochila y con el gesto contesto. Vamos por el panel y en lugar de subirlo, nos emocionamos y lo plantamos en la puerta principal del hotel. Lo va a ver hasta el que no quiera verlo. ¡A chuparla! Estoy deseando a que lleguen los primeros comentarios toca pelotas. Yo esta noche me lo he ganado, mañana me voy de Kigali y hoy me voy de fiesta, que ya va siendo hora, no me jodas.

He acabado un poco cansado de tanta mierda (nunca mejor dicho), de tanta diplomacia, juego de clases y poder. Me he hecho amigo de todo el personal del hotel que me tratan de puta madre y me saludan y se me acercan a darme palique cuando me ven solo. Hasta se han dejado tomar fotos, aun a riesgo de meterse en líos. Pero la gente que viene aquí con la excusa de enseñar el pin de ser gente de puta madre, viene a hacer negocios, a crear redes sociales y a promocionarse. Sólo unos cuantos están de verdad interesados en poner el valor de los derechos humanos por encima de sus intereses, por encima de sus carreras. Pero como me dice mi amigo Ramón, tengo suerte de estar aquí, de ver esto, de apreciar y observar una realidad que también hay que tener en cuenta. Lo que me atormenta es que cuando me decidí a dedicar mi vida a los derechos humanos no era para ver a un puñado de políticos, expertos y directores de grandes organizaciones tocársela los unos a los otros.

Jueves 21, seis y media de la tarde, esto se está acabando, junto con la batería de mi ordenador y con mis energías. Ha sido una semana intensa pero bonita. He aprendido mucho, desde lo bueno y lo malo. En octubre, si todo sigue igual: Bombay. Pero mañana, vuelo de vuelta a Berlín, aunque no llegue hasta el sábado, donde volveré a mi rutina europea sin mosquitos, sin moto taxis (hoy he cogido una) y sin la sonrisa de la gente de Ruanda, que debería considerarse como energía renovable porque parece no acabarse nunca. Mañana me marcho de Ruanda, pero queda mucho de ella que se viene conmigo. Y posiblemente después de esta noche más aún.      

miércoles, 20 de julio de 2011

Los derechos humanos también tienen clases


Ya estoy de lleno en el jueves, ha pasado la medianoche, la carroza es calabaza para puré y el alcohol de la noche se ha evaporado. Hoy ha sido la gala de los premios de agua y saneamiento. Nos han dado uno por el trabajo mediático realizado. No me lo atribuyo puesto que llevo tres meses trabajando en esto. No soy tan arrogante. Pero ha habido mucha gente que sí ha estado ahí desde los orígenes y que se han visto relegados, como yo, a una cena de segunda división, en la planta baja del hotel, mientras que en la de arriba estaban los VIP y el presidente de Ruanda. ¡Qué bonito mensaje que dar a los niños del mundo! Da igual donde estés y a qué te dediques, al final los jefes y enchufados están arriba y tú abajo. Por supuesto, no soy de los que se lo pasan mal en los sótanos y menos con barra libre.  

Me he sentado con Olivier, un medio francés medio inglés con el que he congeniado bastante bien estos días. Nos hemos reído un rato de las circunstancias, del hecho de que nos han hecho ponernos una pulsera plateada para entrar en la cena (los de arriba llevaban una dorada), bajo una seguridad ridícula que le ha dado todo el derecho del mundo a un guarda a tocarme la polla, un par de veces, por si acaso se creía que guardaba algo en las pelotas. Para colmo, me han sentado junto a una mujer que es una experta en saneamiento, con lo que a mí me gustan los llamados expertos. Ha tenido el mal gusto de, cuando he llegado de servirme la cena en el buffet, criticarme mi elección ya que no había nada verde.
–¿No sabías que la comida que elegimos ha de tener muchos colores y que esto va en proporción con los valores nutricionales de lo que comemos?– me suelta a bocajarro sin presentarse ni nada.
He sacado a pasear al burraco que llevo dentro y, ante la atenta mirada oídos abiertos de los comensales (uno de ellos se parecía un huevo a Sean Penn), le he dicho:
–No veo el drama. He cogido pescado, carne en salsa, patatas y ensalada de pasta. Todo es amarillo y marrón, como la orina y la mierda, que teniendo en cuenta que trabajamos en saneamiento, viene a cuento, ¿no crees? Y bueno, del color de la cerveza no te digo nada.
Olivier se descojona, la gente me mira con cara de asco y la mujer no contesta. Yo sigo comiendo y mando a tomar por el culo a todo el mundo que se cree que está a la vuelta de todo, sólo por el hecho de creerse muy listo. Al rato veo que le retiran el plato con la ensalada casi intacta.
–Veo que no has tocado tu paleta de colores– le digo. –Al final tanta policromía no ha servido más que para hacer un chiste malo de mis gustos culinarios.
Sonrisa forzada.
–Aún así el poner colores en tu plato de comida dice mucho de tu alimentación –insiste.
–He venido a cenar, no ha pintar un cuadro –le acabo diciendo, mientras pido otra cerveza.

Al mismo tiempo, mi jefe recogía un premio en la planta de arriba sin la mayor parte de la gente que ha estado junto a él currando durante el último año. Ellos no tenían pulsera dorada, ni contactos, ni pase VIP. Sólo creen en lo que hacen y en que los derechos humanos no deberían tener clases.       

martes, 19 de julio de 2011

En el meollo de África


Me abruman estas conferencias masivas donde todas las caras son familiares para aquéllos que llevan en el mundillo del agua y el saneamiento un tiempo. “Somos los mismos encontrándonos en distintos países”, me dice Dao, el responsable de WASH United en Mali. Me recuerda a lo que leí una vez de Reverte sobre los corresponsales de guerra, siendo siempre la misma comitiva bajo el fuego de distintas balas.

Lo que me gusta de esta conferencia es que no hay muchos blanquitos. Dejo mi vista pasearse entre el elenco de trajes y vestidos impregnados en colores imposibles y con diseños de raíces lejanas. Me fijo en las líneas de los rostros de mujer que son tan distintos los unos a los otros, que me sorprende mi ignorancia. Los hombres me dejan de piedra diciéndome edades que nunca podría haber adivinado y todos se me acercan para charlar, para presentarse con abrazos y saludos cariños que serían inimaginables en Europa. La gente no tiene miedo a tocar, a sentir, a acercarse. Es gratificante, mientras no arrimen cebolleta, claro.

Mi jefe sabe que estoy leyendo el libro de Rose George y me llama. “Ven, te la voy a presentar”. Está trabajando en la presentación que tiene que dar esta tarde y se levanta para saludarme. Muy británica, morena, pelo corto, estatura media y sonrisa fácil. Es cordial y me sorprende que se lleve hablando conmigo casi un cuarto de hora, con mucha naturalidad, hasta que la devuelvo a su trabajo con el típico: “no te quiero seguir molestando”. Su dedicatoria en el libro muy aséptica, pero el trato genial. “Búscame luego y seguimos hablando”, me ha dicho. Y ahora está sentada junto a mí disfrutando del wireless del hotel. Es bueno conocer a gente simpática. La edición en español de su libro se llama “La mayor necesidad” y es bastante aconsejable, aunque el tema no es que sea muy romántico. “¿Cómo acabaste escribiendo sobre un tema como es el de cagar?”, le he preguntado. “Porque los otros tres que les propuse a mis editores antes que ése no fueron aceptados”, me ha contestado con sinceridad. Ha sido sin duda la conversación del día. Aunque bueno, la que he tenido con Dao sobre la poligamia en Mali, tampoco se queda atrás. “Allí cuando te casas firmas que quieres ser polígamo y tu mujer también”, me dice mientras le miro con los ojos como platos. “Nuestra religión lo dice así?” Me cuenta que no hay límite de esposas y ante mi interrogante sobre si las mujeres pueden hacer lo mismo y casarse con varios hombres, me observa intentando encontrar algún atisbo de broma y cuando no la halla me responde tajante: “Ninguna religión permite eso”. Con dos cojones. Pues me quedo mucho más tranquilo sabiendo que los temas de género están bien cubiertos en Mali. “¿Cuántos hijos tienes?” Me pregunta el cachondo. “Ninguno, Dao, yo sólo practico de momento”. Se ríe y me dice que por eso allí existe la poligamia, porque no se puede practicar. Si pretenden que me crea que los hombres en Mali van al matrimonio vírgenes, van listos. Es como decirme que en Irán no hay homosexuales.

El almuerzo ha acabado y tengo que hacerle una foto al presidente de Ruanda dándole una patada a un balón que parece una mierda, para colarlo en agujero que es un váter. Tengo un trabajo que no viene en los escritos. En fin, ¿quien dijo miedo? Por cierto, sé que echáis de menos que hable del balance de picaduras de mosquito. Me he levantado esta mañana con el labio inferior de un Massai, gracias a uno de los hijos de puta que ha descubierto cómo colarse en la red de protección. Esta noche he dormido en medio de un circuito de Fórmula 1 donde no han parado de atropellarme. Si no cojo malaria aquí no la cojo nunca.      

El rincón verde


Las paredes de mi cuarto parecen el Guernica. Estoy haciendo un collage de cadáveres que ni el Fogo en sus mejores tiempos. Perdonad si estoy un poco pesado con el tema, pero es que estoy alimentando a tres familias chinas de mosquitos y en España no me dejan di donar. 

Hoy ha sido otro día intenso de nueve horas. Presentación tras presentación, acabando con la mía de casi dos horas. Nadie se ha dormido, así que bien. Al acabar, me ha entrado la ansiedad de estar en Kigali y no saber cómo respira la ciudad. “Vamos al hotel donde es la conferencia a registrarnos”, dice mi jefe. Y nos vamos todos en batallón. Desde la ventanilla del coche intento empaparme del color rojizo de la tierra mezclado con el asfalto, del atardecer, de los niños con uniforme, de la armonía de una ciudad que es ejemplar en muchos sentidos. ¿Cómo puede ser tan limpia este sitio? Es realmente notorio. Y me explican que el plástico está prohibido y que cada último fin de semana existe lo que se llama limpieza comunitaria, que no es otra cosa que la gente limpiando sus barrios, todos, gratis, por el mero hecho de mantener las calles como pare comer en ellas. Es asombroso. Un pueblo unido manteniendo el orden. Me encanta. Y el tiempo, y el taxi-moto, y las sonrisas al cruzarse con un blanquito pegado al cristal de atrás de una minibús. Quiero caminar pero estamos lejos y aún hemos de conseguir las identificaciones para el mayor evento en saneamiento que ocurre cada año en África. Pero una vez llego al hotel –uno de esos mastodontes sacados de la nada en medio de un país africano, para que los occidentales se sientan como en casa–, me veo que hay muchos extranjeros; demasiados. A veces se me olvida que esto del desarrollo no es más que una mentira inventada para explotar a los que nos aventajan en tanto y para hacerles creer que están aún muy por detrás nuestra.

A las siete nos vamos a ver a un club de fútbol social ruandés que trabaja con gente de la calle y que fue creado a raíz del genocidio. Son increíbles. Han organizado una caravana por la paz en la que un grupo de 12 personas viajaron desde Berlín a Kigali en autocar, parando en ciudades de Alemania, Malta, Egipto, Etiopía, Sudán y Kenia, para dar mensajes de convivencia a través del fútbol, el teatro y la música. Le digo a mi jefe que deberíamos hacer algo así y me dice que sí. Iba en serio. A ver si es verdad. “Te estás entusiasmando”, me dice. “Me gusta verte así”. Y es verdad que pese a algunas cosas, me gusta formar parte de algo tan real. Echaba de menos tener causas y motivos para levantarme cada mañana con energías renovadas (y picaduras).
Cuando acabamos de hablar con Esperançe, la organización pacifista, nos lleva a cenar a una terraza con barbacoa, se llama The Green Corner, El Rincón Verde. Estoy en camiseta, la noche es muy agradable y nos ponen un pez a la parrilla que parece una ballena. Un chico se acerca con un barreño y una tetera con agua templada para que nos lavemos las manos. El pez pescado nos lo comemos a pellizcos y nos reímos con mis chorradas y mi jefe me dice que soy el español más gracioso que ha conocido nunca y pienso que necesita más amigos españoles. Pero ya da igual porque volvemos al hotel en coche y de nuevo estoy en la habitación escribiendo bajo el fuego abierto de estos bombarderos que me han confirmado hoy que están libres de malaria. Un alivio porque estaba comprando papeletas a puñados.

Lunes 18 de julio, rozando la medianoche. Me quedan seis horas de sueño y ninguna gana de empezarlas. Sólo quiero pasear por las calles de Kigali y poder agacharme a coger un puñado de arena rojiza, de luna brillando desde el otro lado y de lo que queda de la noche ruandesa. Mañana será otro día, me contento. Y dejo otro cadáver sobre la pared.    


    

domingo, 17 de julio de 2011

La venganza del mosquito acuático


A las seis de la mañana me he despertado. Sin más. Sin ninguna máquina molesta que me pite en el oído, sin nadie que me haga arrumacos o me de un codazo, y sin la voz de nadie gritando mi nombre. Yo que siempre presumo de ser un profesional durmiendo, hoy me he adelantado al despertador y me he puesto en pie aun sabiendo que el día se presentaba largo e intenso.
He comprobado feliz que había logrado pasar la noche bajo los límites de la red anti-mosquitos con lo que mi piel se desperezaba con sólo las heridas de la aviación de la madrugada anterior. Me he metido en la ducha y he dejado que el sueño se me escapase entre los dedos y la espuma del champú, pensando en la charleta que tengo que meterles mañana a un grupo de hombres y mujeres que bien podrían ser mis padres, la mayoría de ellos.
Me empiezo a vestir y me veo una roncha en el cachete izquierdo del culo. ¿Cómo coño puede ser? ¿Cómo carajo puede haberme picado un mosquito mientras me estaba duchando? Y me parece escuchar una risa entrelazada con el batir de unas alas de insecto y miro y veo a un mosquito mirándome descojonado llevando gafas de buceo, tubo y aletas. Intento matarle pero me esquiva y me desaparece por la puerta del cuarto de baño haciéndome antes una peineta en toda regla. ¡Será cabrón! Y se me suma otra magulladura de guerra al mosaico que llevo desde que llegué a Ruanda.

A partir de ahí, casi doce horas de trabajo. Gente hablando, exponiendo, comentando, proponiendo y yo haciendo de las mías y escribiendo lo que me quedaba de la presentación para mañana, el acta, algún que otro comentario en el Facebook y un breve saludo en el skype, buscando fotos en Internet y contestando a alguna pregunta suelta sobre medios de comunicación. Eso es ser multitarea y no a cocinar mientras se habla por teléfono. ¡Aficionados!
Pero a mitad de sesión de curro me acuerdo de que me están limpiando la habitación y me he dejado el dinero encima de la mesa. Escarmentado después de que en Etiopía me robaran 1000€ de la casa, fui a la habitación temiendo que me hubieran limpiado demasiado bien.  Así fue. Al entrar en el cuarto veo que hasta me han sacado la ropa que tenía aún en la maleta y me la han colocado en el ropero y las camisas en las perchas. A mis padres les limpiaba una chica a la que le cogieron un cariño tremendo y les acabó robando hasta el anillo de boda. A mí una chica que no me conocía de nada he había hecho lo que ya ni mi madre me hace cuando voy a visitarla. Una buena lección, sí señor.  

A las siete y media nos vamos a un restaurante pijo a cenar y me viene un flashback de Etiopía donde reconozco en seguida la clase de sitio donde estoy. Es el tipo de lugar donde Joselito, Pedro y yo íbamos a cenar antes de ponernos ciegos a gintonics o el sitio donde celebraba aniversarios con Kiki o donde Sam, Michael y yo nos dábamos algún homenaje de vez en cuando. Y era Addis pero no, era Kigali y posiblemente sería Kampala o Maputo o Ciudad del Cabo. Y por si me quedan dudas de que siempre en África hay sitios donde uno se puede evadir y volver a las comodidades europeas durante unas horas, llega un grupo de chicos y chicas que nada más verlos digo: “de la madre patria”. Y se pusieron a hablar de no sé qué coñazo sobre ciencia y del embajador de España en Laos. Me he quedado atrapado en un bucle espacio-temporal.

Son las once y media y estoy en la habitación del hotel. A salvo de los bucles pero con el Barón Rojo y sus colegas esperándome enganchados a cada pared, a cada rincón, a cada mueble. Escondidos, agazapados, silenciosos. La red me podrá liberar otras cuantas de horas pero estos hijos de puta nunca duermen y mañana me estarán aguardando con el café y las tostadas o bueno, yo seré su café y tostadas. Me resigno. Acabo de escribir estas palabras, me fumaré el único cigarro del día y me meteré en la cama para dormir otras cinco o seis horas antes de mañana tener mi día de maestro Piñones, que no sabía de nada y daba lecciones.   

sábado, 16 de julio de 2011

Hay que venir al Sur


Cuando al entrar en mi habitación anoche vi colgando del techo, sobre la cama, una red anti-mosquitos, me vinieron a la cabeza millones de noches de insomnio. No lo dudé. Le desaté el nudo que tenía, me metí dentro y a dormir como un bendito. Esta mañana me he despertado con el dedo gordo de la mano derecha fuera del halo de protección. Tengo siete picaduras que así lo testifican. Ya lo dije una vez: por dentro estoy buenísimo. Mi sangre ha de ser el Brad Pitt de esta gentuza que me va a desangrar en la semana que me espera.

Hemos desayunado en el jardín del hotel, con el sol apacible de la ciudad, que nos ha dejado desperezarnos a nuestro ritmo, mientras se unían a nosotros Dao, el representante de Mali –un hombre sincero, amable de abrazos generosos– y Michael, etíope, con el que he conectado al momento, hablando de Adis y de los sitios y amigos que tenemos en común. Luego, hemos decidido ir al memorial que han hecho del genocidio del 94. Un sitio de una fuerza desgarradora con una historia que contar de las que te indignan y sobrepasan sobremanera y que sin duda no te dejan indiferente. Pero al mismo tiempo admiras la valentía y el buen hacer con el que han montado el recordatorio, así nadie se olvida de lo que pasó, de las causas, de los porqués, y con ello hay más posibilidades de que no se vuelva a repetir. Eso espero. Después de ver la foto de un bebito con un machetazo en el cráneo, uno se pregunta en qué mundo estamos viviendo y qué estamos haciendo tan mal como para llegar a esas atrocidades.

Para calmar ánimos, hemos ido a comprar frutas al mercado. Un paraíso de mangos, papayas, avocados, maracuyás y demás variedades que te vendían por un euro el kilo. Los blanquitos han sido la atracción y la gente no ha tardado en rodearnos ni las mujeres en esconderse al verme aparecer con la cámara. Al final le he cambiado a una tendera una foto por un kilo de una fruta que se llama tomates de árbol. Muy rica. La fruta. La foto, de postal, como las que se pueden hacer en un mercado africano, allá donde se vaya, porque como mi compañero de Mali ha dicho en un arranque de espíritu crítico: “visto un mercado en África, vistos todos; es culpa de la globalización”. Yo me he reído con el comentario, mientras intentaba explicar en inglés, francés marciano (como diría mi amigo César) y el universal idioma de los signos, que necesitaba semillas para llevarme de vuelta a Sevilla o Ramón y Cristina no me iban a dejan entrar en casa a ver a Lola. No ha habido mucho éxito pero tengo planeado quedarme con las semillas de las frutas que hemos comprado. A ver cómo me las apaño.

Ahora de vuelta a la habitación, tras comerme –después de esperar una hora de reloj– un pollo que murió de muerte natural y era imposible comerse. Menos mal que he encontrado el gran talismán de Ruanda: Primus. Es la cerveza local que se compra en botellas de 72cl. Una locura. También muy rica. He vuelto a África y se nota. Hasta el humor me ha cambiado. Espero que me dure toda la semana, con lo que se avecina.

Acabo con un recuerdo, alusión al anuncio aquel de los 80 en que un camarero le preguntaba a la familia si al niño le ponía una Mirinda y decían “no, el niño ya ha mirindao”. Bien, la versión de Ruanda es la de dos amigos que van a un bar y preguntan: “¿Me pone una cerveza?” Y el camarero contesta: “¿Primus?” Y uno de ellos responde: “No. Sólo amigos. Pero ya nos habían dicho antes que nos parecemos”.      

De camino al hemisferio sur


Por fin voy a ver la luna al revés y el agua caer en dirección contraria por el agujero del desagüe. Por fin voy a ir al hemisferio sur. ¡Qué gozo más enorme! Joder vaya gilipollez de recompensas por venirse al culo del mundo. Ya podría ser que las copas se digirieran el doble de rápido o que las mujeres te consideraran el doble de guapo. Pero bueno, al menos la cosa va de hacer algo nuevo. Y esto lo es. Nuevo país, nueva experiencia y nueva etapa en el continente.

Dice una pantallita en el avión que estoy sobrevolando Mikonos. Hemos parado en Bruselas y en nada entraremos en el continente madre. Es lo único que no le hemos quitado a África: el origen. Será que como tampoco nos reporta nada y así nos dan la excusa de llamarles primitivos o monos, pues mejor. En el fondo somos muy darwinistas y muy hijos de puta.
He tenido una conversación bastante seria con mi jefe en la que las cosas no han quedado muy claras ni muy halagüeñas de cara al futuro pero si al final sigo en este curro, me ha dicho que la India en octubre, Tanzania en noviembre y Sudáfrica o Etiopía en Diciembre. No pinta mal. Pero de momento no lo digo muy alto porque puede que haya más giros de tuerca a la vuelta de la esquina. No es algo inusual en mi vida.

He de confesar que hay una persona a la que voy a conocer en Ruanda que me hace mucha ilusión. Se llama Rose George y es la mujer que escribió el libro que estoy leyendo ahora mismo, The Big Necessity. No va de otra cosa que de váteres, cómo caga la gente en el mundo, cómo funcionan los subsuelos residuales y cómo en muchos países los tabúes del saneamiento van más allá de lo humano. Es muy interesante comprobar cómo actuamos en relación a algo que era nuestro y que en cuanto deja de serlo sólo queremos perderlo de vista. Como la historia del tipo que cagó en el calcetín e intentó tirarlo por la ventana lo más lejos posible, sin darse cuenta de que tenía un agujero.
Escuchaba a un filósofo esloveno decir: pasa lo mismo con la saliva; es tuya pero si la pones en un vaso, ¿serías capaz luego de bebértela? Pues hay una mujer que está metida de lleno en estos temas y se ha recorrido medio mundo investigando los comportamientos de las distintas culturas con respecto a esto. Conoce a mi jefe, va a estar en Ruanda y voy a ser un adolescente de granos y gafas de pastas que le pida que me lo firme. A saber lo que me pone: “A mi mojón favorito” o “No se te olvide bajar siempre la tapa de este libro cuando lo uses”.

Sigo en el avión. Me quedan cinco horas de viaje y tengo a un indio a un lado viendo V y a un keniata al otro sobando de lo lindo. En el medio yo, un españolito intentando descubrir qué es lo que me lleva de un lado a otro, qué es lo que me mueve para seguir teniendo esta vida y el qué para seguir queriéndola tener durante todo lo que el tiempo de. Será que las nubes me ponen nostálgico, será que la comida de avión me afecta demasiado o será que África siempre me saca esta vena existencialista. O quizás sólo sean las tres cervezas que llevo.