miércoles, 11 de mayo de 2011

Aterrizando en la Antártida

-Son 150€ -me suelta el canalla de Air Berlín al ver los 15 kilos de sobrepeso de mi única maleta.
Joder, sólo son 35 kilos. Toda mi ropa, de verano y de invierno, zapatos, algún libro y un disco duro. 35 kilos son nada. Mi primo chico pesa más.  
-¿Perdona? Estás de broma, ¿no? -le pregunto con la sonrisa congelada y un sudor frío recorriéndome por la espalda.
El tipo, con cara de circunstancias me dice que no es una broma con el gesto y me señala el mostrador donde tengo que pagar.

Así comenzó mi aventura berlinesa hace casi cuatro meses. Vaya entradita. Dejé Sevilla en enero con 28º y la ciudad más cool de Europa me recibió con -11º. Su puta madre. ¿Qué coño hacía yo allí? 
-¿Dónde está el resto de tu ropa? -me preguntó mi madre antes de irme.
-Mamá, ésta es toda mi ropa -contesté.
No me imaginé que la respuesta fuera tan graciosa pero mi madre empezó a descojonarse, posiblemente pensando en sus tres roperos llenos de accesorios, trajes y demás.
El caso es que cuando el aire gélido de la ciudad me recibió, me hubiera encantado que el muro siguiera existiendo para cagarme quinientas veces en él. No querían separar las dos Alemanias, ¡querían parar el viento que venía del Este! Y yo que creía que con una chaqueta de entretiempo y dos chalecos de cuello vuelto lo tenía todo solucionado, me disponía a entrar en lo que sería el invierno más duro de mi vida. 

Mi amigo Sam, con el que viví un par de años en Etiopía, me recogió en el aeropuerto con una sonrisa y un abrazo. Así es como creo que todos debieran ser recibidos en los aeropuertos. Si algún día fuera director de aeropuertos, pondría personal para que recibieran a aquellos pasajeros a los que no vinieran a buscarlos. Al comprar el billete en Internet, te encontrarías con esta pregunta:

¿Desea ser recibido en el aeropuerto? En caso de ser afirmativa la respuesta seleccione:
·      con flores
·      con beso (sin lengua)
·      con abrazo
·      con el numerito de la cabra/ una banda tocando Paquito Chocolatero (sólo para españoles)
·      con un niño pequeño
·      con un grupo de colegialas frenéticas
Ahí queda la propuesta. Cosas más raras se han visto.

Sam me llevó a un bar. Novedad. Coño, se puede fumar dentro. Esto sí que es civilización. Mi amigo Juanma vendiendo los ceniceros de su bar y aquí ya ves, de vuelta al clásico estilo de niebla londinense. En Berlín seguía vigente el chiste de “Oye, ¿a ti cómo te gusta el güisqui? Pues con mucho humo y muchas putas”. Así da gusto.
Pero la calle me recuerda que ya no estoy en Triana y me tirita hasta el calcio de las uñas. Mientras, Sam me cuenta cosas de la ciudad, de lo bonita que es, de lo especial que es su gente y las cosas que se pueden hacer. En medio de las explicaciones me suelta que el símbolo de Berlín es un oso. No me dice por qué pero es un oso. Y en ese momento lo vi claro, tuve una revelación, eso es lo que necesitaba para sobrevivir aquella experiencia polar: la piel de un oso. 

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