domingo, 15 de mayo de 2011

Los macarras de mi pueblo


Si una mañana de domingo un abuelo va al parque con sus nietos y se encuentra una litrona vacía en el suelo, puede pensar: “cómo está la ciudad, cada vez hay más golfos bebiendo descontroladamente en los sitios públicos, esto es una vergüenza”. El buen abuelo visualizaría a los macarras del lugar, poniendo los pies en el asiento, pasándose la litrona, fumando porros y ya depende de la imaginación que le quisiéramos echar, quizás hasta metiéndose un pico. Porque en España no tenemos ni botellona, ni dinero para tomar cañas en los bares, ni sitios donde hacerlo sin sentirte que eres de otro planeta. Pero eso da igual, porque los jóvenes somos ese colectivo ruidoso y molesto que servimos de doble rasero a la hora de decir: “¡Hay que ver cómo está la juventud!” O “Los jóvenes son el futuro”. Me parece que de seguir así, va a ser un futuro de puertas para adentro porque si quieres beber no puedes fumar y si quieres fumar no puedes beber y si quieres conducir... bueno, eso es otra cosa.

Lo curioso es que en Alemania la gente bebe por la calle. Pero a saco. Si he quedado con Pepe y tardo diez minutos en llegar al sitio donde vamos a vernos, me compro un tercio y me lo voy bebiendo por el camino. Y si voy en metro da igual, porque también se puede beber en los transportes públicos. Es normal. Está totalmente integrado en la sociedad. Pero voy aún más lejos. Aquí se devuelven los cascos de las botellas. Como antaño, cuando había que llevar la botella vacía de la Cruzcampo para comprar otra. De hecho, hay gente que se dedica a ir por las calles y parques recogiendo botellas vacías para llevarlas luego a cualquier tienda y coger un dinerito.
Por lo tanto,  si trasladamos la imagen del abuelo yendo al parque un domingo por la mañana, a Berlín, lo que el buen pensionista podría pensar es: “qué bello lugar éste en el que los jóvenes siguen a rajatabla las tradiciones culturales y además les dejan el sustento a los pobres trabajadores que madrugan recogiendo botellas cual gorrión recolecta migas de pan” (es que este viejecito lee mucha poesía). 

Me divierte este cambio de cultura que aunque sea sutil, en muchas cosas es bastante drástico en general, porque cada vez que hago algo en esta ciudad, lo hago desde mis costumbres y educación cultural y los alemanes lo reciben desde la suya. Ninguna es mejor o peor, sólo distintas. Las tiendas, los bares, los mercados, las calles; todo varía. Y convierte en reto cada día y en una aventura cada persona que conoces. Con las chicas pasa lo mismo. Me dijo un día mi buen amigo Juan José: “Antonio, en Alemania, sólo al decir que eres español, ya tienes un montón de puntos ganados”. Y puede ser verdad. Pero lo que yo pienso, y que conste que es basado en mi experiencia y no es extendible al resto de la humanidad, es que, si después de cuatro novias/fracasos con alemanas me siguen quedando ganas de intentarlo con otra es que soy gilipollas y los únicos puntos que tendría ganados son los de sutura en la cabeza, después de la lobotomía que iba a necesitar.  

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