sábado, 14 de mayo de 2011

Calcetines de colores


Hace ya algunos años que dejé de enlutarme los pies y decidí comprarme varios modelitos de calcetines que me alegraran un poco la vida. Rojos, azules, naranjas, violeta, de rayas, de lunares, de diseños indefinidos, etc. Uno empieza a vestirse por los pies, dicen en mi casa, y yo lo hago con una orgía polícroma cada mañana. Pero eso no es extraño en Berlín, donde el más normal va vestido del capitán Sparrow.   

Berlín es distinta al resto de Alemania, dicho por los alemanes, no por mí, que tampoco conozco el país tan bien como para dar opiniones de ese tipo. Aunque si lo piensas dos veces, los españoles somos expertos en generalizar (y he aquí la primera generalización). Los catalanes unos agarraos, los madrileños unos chulos y los andaluces unos vagos. Esto es lo que se suele decir pero son generalizaciones sin fundamento. Los catalanes lo que son es ahorradores, los madrileños muy irónicos y los andaluces de cotizar poco. Eso es todo.
La Agencia de Cooperación Alemana me invitó a ir a Frankfurt para una entrevista de trabajo. Yo claro, voy. Me pongo unos pantalones de niño formal, una camisa de persona seria y un chaleco no muy atrevido, porque Frankfurt es como la hermanastra fea de Berlín. No voy en traje porque no me creo los estereotipos de que haya que ir a las entrevistas como un vendedor de seguros. Quizás el que consiguió el curro sí los cree y es por eso que ahora estará en Camboya tomando cerveza fría junto al mar y no pasando frío en Berlín, con la nariz como la de un trol, corriendo velas de mocos como galgos detrás de una liebre.

Llego al edificio de la que posiblemente es la mejor, la más rica y la más grande agencia de cooperación del mundo y me siento a tomar un café mientras el reloj termina su recorrido hasta las nueve de la mañana. Poco antes de que eso ocurra, una chica alta, bastante espigada, de pelo oscuro largo, como recién salida de un anuncio de champú, me llama por mi nombre y me conduce por una serie de pasillos y ascensores hasta que llegamos a un despacho muy pequeño en el que me hace unas cuantas de preguntas y luego me deja allí trabajando en una presentación que tengo que dar. La chica es la psicóloga de la entrevista. Me da treinta minutos para preparar una estrategia de comunicación. Porque claro, eso es lo normal. Cuando un programa invierte miles de uros en un proyecto, normalmente lo hacen así. Cogen al de turno y le dicen: mira hermoso, te damos media hora para que nos vengas con un plan cojonudo que arregle el país. Y que te sobre tiempo para traernos un café.
 Cuando me quedo solo en el despacho me pongo a leer un documento que me han dado y no sé por qué me acuerdo del chiste del tipo que va al médico y le pregunta: “doctor, ¿que me recomienda para los dientes amarillos?” y el doctor le contesta: “una corbata marrón”. Y me empiezo a descojonar. Así soy yo.

La entrevista iba bien. Tres mujeres interesándose por mi verso y obras. Una novedad, sin duda. Tras un par de horas, en un descanso, me dejan unos segundos preparando un caso práctico pero antes de irse cogen un plátano cada una de un bol con fruta que había preparado en una de las mesas de la habitación. En ese momento, por ser educado, les digo: “disfruten el plátano” y sonrío. Ellas me devuelven un gracias a medias y de nuevo pienso que hay una alianza mundial para que me pasen estas cosas. De entre todas las frutas que había para elegir, las tres cogieron un plátano y claro, no es que se me viniera a la cabeza que se iban a poner a lamerlos en el pasillo, pero siempre queda mejor: “disfruten su manzana, su melocotón o sus uvas” que “disfruten su plátano”.

Al final, me dejan unos minutos a solas con la psicóloga que antes de terminar su penosa interpretación de poli malo, me dice:
-Me gustaría hacerte una última pregunta, pero no tiene nada que ver con la entrevista ni con el trabajo. He notado que llevas calcetines de distinto color.
Psicóloga y detective privado, ya veo.
-Sí, es cierto. ¿Hay algún significado psicológico detrás?
Como si me importara.
-No, no. Es sólo casualidad. Es muy… interesante.
Nada bueno puede venir de la palabra interesante en ese contexto.
-¿Quieres saber por qué?- le pregunto.
-Sí, por supuesto.
-Muy sencillo. Cuando pongo la lavadora y recojo la ropa, odio perder mi tiempo jugando al busca tu par. Así que los pongo todos en un cajón y cada mañana cojo dos sin más. Los primeros que pillo. Porque no sé lo que los calcetines significan para los psicólogos, pero para mí sólo son calcetines.
Ella sonrió, me dio la mano y ahí acabó la entrevista.

No quiero generalizar. Me estoy quitando. No quiero decir que los alemanes son estrechitos de miras, de bordes poco flexibles y de calcetines negros. Tampoco quiero decir que es complicado determinar si los psicólogos están colgados y por eso estudian la carrera o si lo están al acabarla. No diré nada de eso. Porque sería generalizar. Pero lo que sí puedo decir es que si de uno de los bol de fruta más variados que he visto en mi vida tres mujeres eligen tres plátanos o es que hay mucha falta de potasio o mucho vicio.

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