viernes, 13 de mayo de 2011

La cigüeña viaja en bicicleta


Lo de los niños en esta ciudad es increíble. No sé qué les pasa a estos alemanes que les ha dado por follar como locos y ¡venga a tener niños! ¡Como roscos! ¡Y alegría que el estado los paga bien! Claro eso en España no pasa. Porque en España nos dieron un dinerito por parir pero duró poco. Ahora hay que tener niños a cuenta y riesgo de uno. Con casi cinco millones de parados, los condones a precios locos y con tanto tiempo libre, seguro que arreglamos la demografía española en un plis. En Alemania la cosa va por otro lado. Aquí la gente no se aburre, aquí la gente se muere de frío y con tal de no salir a la calle se ponen a engendrar cual teutón descabezado.
De ahí que se de el fenómeno bicicleta con sillita. Es muy especial el caso de Berlín, pero ahí lo tenemos, digno de estudio. No he visto más bicicletas con sillitas para niños en toda mi vida. Yo creo que la gente tiene niños por tal de tener un bici de ésas. Es una locura. De todos los colores, de todas las formas, detrás, delante, a los lados como los camellos. Hay sillas para todos los gustos. Y claro, los enanos encantados.

Por otra parte, todos mis amigos parecen haber creado una asociación llamada “casémonos o tengamos hijos o mejor las dos cosas”. Las fotos del Facebook no son ya la de las personas que conozco sino la de bebés, la de las manitas de un recién nacido entre las de la madre, niño en el carrito, niña de flamenca, niño riendo, niña abrazando al padre… ahí lo llevas!! Y todo el mundo a hablar de niños. A todas horas y eso no es justo. Es como lo de no poder fumar en los bares. Las minorías al poder. Como es sano todo el mundo a no fumar y punto. Pero Carrillo sigue vivo y lleva 150 años fumando. Pues con los enanos, en cuanto hay una pareja con niños, se acabó hablar de otra cosa. Hay que adaptar el vocabulario, las salidas, la dieta, los gastos, la vida, vamos. Y lo peor de eso es que se te ablanda el ánimo. Te dices: joder, Antonio, ya 33 y no parece que vayas a tener uno de estos a menos que te conviertas en Ricky Martin. Y te puede pasar justo lo que me pasó a mí durante unos meses en Sevilla el año pasado. Llegó un momento en el que ya no quería ni mojar, lo que quería era ser padre, encontrar a la mujer de mi vida y estar con ella el resto de mi vida. Y me volví gilipollas, taciturno, mirando con cara de cordero a todas las chicas con la que me cruzaba. Pero no a las suecas que venían de Erasmus con un tatuaje en la frente que ponía: “me importa un carajo la carrera yo vengo a otra cosa”, no, ésas no eran madres potenciales. Yo miraba a las que tenían expresión dulce, caminar sereno, voz templada. Todo lo contrario a mi madre a la que recuerdo corriendo zapatilla en ristre, la boca desencajada echando sapos y culebras a plena voz, persiguiéndome por el pasillo de la casa, cuando era un niño. ¡Qué tiempos!

Me pido una cerveza en la terraza en la que estoy charlando con Sam y vemos pasar tres bicicletas con sillita, seguidas, una detrás de otra. Empezamos a reírnos porque los dos pensamos lo mismo. Al poco, pasan dos chicas rubias, de ojos azules y ropa ligera, que aunque no son suecas, ni llevan tatuaje en la frente, me hacen olvidar el que las cigüeñas ya no vuelan sino que traen al niño en bici y que además, no hay rastro de secuelas, no hay dudas, de lo mío, estoy curado.     

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