viernes, 4 de noviembre de 2011

Con el corazón roto y las ilusiones hechas jirones




Supongo que el mayor problema de los soñadores es el encontrarse con la realidad de frente, más a menudo de lo deseado. Uno siempre está dispuesto a revestirse de esperanzas y utopías, pero al final la asoladora metralla de unos cuantos acaba por derribar los versos más oníricos. Ayer dibujaba una Grecia de acuarelas míticas, épicas, imposibles. Hoy sucumben los dioses del Olimpo ante el mazazo capitalista de una baraja cortada de ante mano. También éstos son malos tiempos para la mitología.

Papandreu ha cedido, como muchos hacen, hacemos, ante el acoso y derribo de los que dicen llamarse europeos, pero que sólo son euristas. Poderoso caballero. ¡Qué poco nos ha durado la fe a los que creíamos! Y eso que hasta algunos de los periódicos internacionales más prestigiosos se habían sumado a este “¿y si funciona?” Al final, el abusón del recreo se ha salido con las suyas y se ha quedado con nuestro sándwich de Nocilla. Otra vez. ¿Hasta cuándo? ¡Qué corto se ha hecho el viaje a una democracia más marchita aún si cabe! ¡Qué triste es que te despierten cuando lo bueno acababa de empezar!

Sólo queda levantarse, seguir insistiendo, seguir esperando. Queda intentar hacer caso omiso a la pelea de perros que ya ha empezado, por quedarse con el trono raído del Gobierno, y seguir suspirando con un rayo de luz al otro lado del charco, que parece que se lo han tomado muy en serio y han tomado uno de esos puertos de los que duelen a los Estados Unidos. Queda no rendirse ante lo que es difícil no creer que sea una evidencia, volverse loco, ciego, trovador y flautista ladrador. Tatuarse las pancartas al pecho, aullarle a la luna en las plazas de los pueblos, quedarse ronco de tanto dialogar. “Eres un iluso”, me dicen. Pero de ilusos está llena la historia de esta humanidad que ni siquiera se sabe a dónde va.

Perdonadme el tono taciturno, pero no soy ni imparcial ni cronista y con el no a la democracia, con el no al pueblo, con el no al poder decir no, se me ha ido un poco el globo que me habían regalado hace unos días. Lo tenía bien atado al índice, para señalar a los sitios lejanos y secretos que podría alcanzar. Pero ya ven, los tsunamis no sólo vienen montados en las barbas de Neptuno, también vienen escondidos en los ásperos desiertos de billetes aún sin acuñar.

Aún así, seguiré esperando en las puertas de los cines, en las romerías y verbenas, en las fiestas de guardar. Seguiré esperando a que alguien, de nuevo, se acerque y me regale otro globo, que sé que hay más, que sé que aún queda aire.   

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