sábado, 26 de noviembre de 2011

Los alemanes: más papistas que el Papa



De todos es conocido la vertiginosa velocidad con la que el Papa se desplaza por las calles de las numerosas ciudades que visita. Hay de hecho serios rumores de que el Batmóvil (el automóvil del desalado superhéroe) está basado en el Papamóvil. No cabe la menor duda de este dato cuando observamos al níveo medio de transporte coger las curvas sobre raíles, avanzando a al menos 20Km/h; a todo gas, vamos.
Es por este motivo que una generoso alemán, preocupado por la seguridad vial y por la salud del dirigente vaticano, ha denunciado a la máxima entidad católica por viajar en el Papamóvil sin llevar el cinturón de seguridad puesto, como Dios y la Dirección General de Tráfico (y su homónima teutona) mandan. Una cosa es ser el supremo representante de una deidad en la Tierra, y otro ir a lo loco, así, a pecho descubierto, sin ver el peligro que encierran las carreteras urbanas. El Papa es un ejemplo para muchos, pero su compatriota ha visto una temeridad asombrosa en sus acciones, durante su última visita a Alemania y así lo ha querido denunciar, vox populi.

A mí personalmente, que el Papa lleve cinturón de seguridad me importa un carajo. Más me importaría y de hecho pediría, que se les pusiera un cinturón, pero de castidad, con cinco claves y veinte candados, a muchos cardenales, obispos, curas, diáconos y seminaristas. Creo que el mundo y la Iglesia irían mucho mejor con esta medida, que con la de atar al Papa al asiento de atrás, no pudiendo saludar a las masas. Con lo que somos nosotros de masas. Lo que nos gusta un mogollón montado por ver a quien sea. Hemos convertido a los hombres de fe en estrellas del rock. Si no están de acuerdo conmigo, recreen por momentos la última visita papal a España: el encuentro de los jóvenes en Madrid. No sólo fue un baño de gentes para ver el Pontífice, sino también para ver al rey de los frutos secos: Kiko Argüello, líder espiritual de los seguidores del Camino Neocatecumenal (apodados “los kikos”). Este hombre ha inventado una forma de vivir la fe, que produce abundante nuevo género para la Iglesia. Claro, ésta adora a Kiko (por las vocaciones que da), casi tanto como a los del Opus (por el dinero que dan). Y así sigue el negocio en marcha.

Sea lo que sea, sea lo que fuere, los mortales tenemos que respetar las normas de circulación, como los madrileños tienen que pagar más por el transporte, para subvencionar cosas tan vitales como las jornadas de fe y las eternas olimpiadas interruptus. Esto es lo que pasa cuando mezclamos lo humano con lo divino: siempre pagan los que no llegan a final de mes, crean en Dios, en Alá o en el Pato Donald.

Qué pena que hay algunos que se parten la cara por dejar en buen lugar a la institución que parece empeñada en sólo traer desencanto, escándalo y decepción tanto para creyentes como para detractores.

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