sábado, 17 de septiembre de 2011

Las naciones reunidas de Geyper


Si la vida es una tómbola, aquí hay tongo porque no me ha tocado ni un perro piloto, a estas alturas de lo que llevamos. Y es que me gusta esta comparativa de las cosas cotidianas con juegos, en general. Por poner un ejemplo, Bin Laden ha estado jugando al escondite inglés desde que las torres cayeran y a los estadounidenses les saliera de la antorcha de la estatua de la libertad el apuntarle con el láser de un fusil de asalto. Otro ejemplo; el rescate de Grecia sería 1,2,3, pollito inglés (¿por qué el escondite y el pollito son ingleses?). Se van acercando los países “amigos” pero cada vez que uno les mira se paran en seco y el final del juego es cuando uno de ellos llega hasta donde estás y se queda con tu sitio. Seguro que gana Alemania. Wall Street es el Monopoli; flirtear es jugar a las damas; el ejército es el Stratego; Sálvame es el Tragabolas; el matrimonio una partida de ajedrez eterna; y los devenires de cada uno, la Oca.

A mí me encantaban los Juegos Reunidos. ¡50 juegos en uno! Era medio orgásmico tener acceso a tanta diversión toda contenida en una caja de cartón duro –menos cuando a tu primo se le caía Fanta de naranja sobre ella, que se quedaba blanducha por ese lado. Pero daba igual porque había de todo, mundos maravillosos de juegos, cada cual distinto, de su padre y de su madre, distintas reglas, distintas piezas e incluso tableros: lo que vienen a ser Juegos Reunidos. Y lo que hoy atiende bien a este paralelismo es la imagen de las Naciones Unidas. Muchos países, juntitos bajo el mismo paraguas, atendiendo a distintas idiosincrasias pero respetando las reglas del juego. Hay una diferencia sin embargo. Una diferencia tremenda. Y es que en los Juegos Reunidos, todos son iguales, todos pueden participar para divertirse, para interactuar y para pasar una tarde o dos o las que sean, todos disfrutando. En las Naciones Unidas lo que importa son las formas y lo que se aparenta, porque les da exactamente igual el que haya derecho de veto a ejercer por sólo algunos países; el resto a acatar y a callar. Eso es como jugar al parchís y por mis cojones que no te cuentas veinte si comes una de mis fichas, sólo porque yo tengo el poder de decidirlo. Esto, que parece que nunca ocurre, sucederá si Palestina llega hasta el Consejo de Seguridad para pedir autonomía. Alguien quiere vetar esa moción. Y, ¿quién será? Pues el mismo país cuyo presidente recibió un nobel de la paz por adelantado, basándose en el color de su piel y en las buenas intenciones que tenía, como el reconocimiento de Palestina como estado. Pero, cuando el presidente palestino, Mahmud Abás, diga que la paz se conseguirá sólo a través del reconocimiento de Palestina como estado, los Estados Unidos sacarán el comodín del veto y dirán: “va a ser que no, ya si eso otro día”. Y de nuevo nos veremos sumidos en el desconsuelo de esas noticias sin sentido en las que encontramos sólo atentados, muerte y dos pueblos que no tienen la oportunidad de vivir como uno. Mientras tanto, estamos estancados en esta caja de juegos en los que jamás podremos ganar porque o aceptas pulpo como animal de compañía o no jugamos. A mí siempre me ha jodido eso y lo sigue haciendo. Yo soy más de “o jugamos todos o rompemos el tablero y a tirarse a la puta que está en el río” ¿o no era así el refrán?    

No hay comentarios:

Publicar un comentario