jueves, 27 de octubre de 2011

Cuando los molinos se convirtieron en gigantes


“Necesitamos pueblos más quijotescos y menos hamletianos, pueblos que dialoguen, no que monologuen”. Juan Carlos Monedero (Profesor de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid).

Decía Isaac Rosa ayer que en las cumbres europeas lo único que se saca en claro es la fecha para la próxima cumbre y que cuanto mayores son los problemas económicos en Europa, menos se enteran los ciudadanos de lo que pasa. No podría estar más de acuerdo. Uno lee las noticias y sólo se encuentra con dividendos, bonus, activos, capital y muchos miles de millones de euros. Por lo visto en España los cinturones vienen con más agujeros, por si no teníamos pocos ya, hechos con la punta del cuchillo de los recortes.

26.161 millones de la moneda europea necesitan los bancos españoles para salir de la deuda. ¡26.161 millones de euros! Yo que me volví loco calculando lo que se podría hacer con lo que el Dioni se llevó en el furgón, eso que sólo eran 500 millones de pesetas. ¡Bah! Calderilla. Con eso los bancos no tienen ni para gasolina. España, que va tan bien que el candidato socialista regala termos, libretas y tazas a sus seguidores, y que el caso Gürtel cada día suena más oscuro, y que Teddy Bautista, el que fuera presidente de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) encima pide dinero, se coloca junto a Grecia en temas de extender la mano. Los griegos van por la segunda ronda, es cierto, pero, aún así, cada día parece que las cosas se ponen más feas y uno ya no está tan seguro de que no engrosemos pronto ese selecto grupo de “rescatados” por la mano generosa de mamá Europa. 

Yo quiero una tierra quijotesca pero no sólo por vivir en una sociedad que dialogue, sino por muchas cosas más. Quijotesca, que, como Don Quijote y Sancho, salga a la calle a darle voz a los indefensos; quijotesca, que no le importe pasar madrugadas al aire libre velando por la libertad que le falta a muchos; quijotesca, que no tenga miedo de enfrentarse a los gigantes, aunque sepa que son de piedra impenetrable con brazos –largos como aspas–, que se mueven con el viento del que sopla; y sobre todo quiero un pueblo quijotesco, que viva enamorado de una dulce idea por la que nunca dejar de batallar.

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