domingo, 23 de octubre de 2011

Por lo menos a algunos les da para pipas


Voy a hacer un poco de trampas dejando aparcados brevemente los temas serios que suenan más a lunes, pero la ocasión la merece. Hoy voy a retomar una noticia que he encontrado en Público y que pertenece a un evento que aconteció hace un par de años. El titular no tiene desperdicio; juzguen ustedes mismos: Una pareja usa una bolsa de pipas como preservativo. Ahí queda que no es nada.

Por lo visto, la fogosidad y el tórrido verano ayudaron a que la pareja, en un momento extremo de pasión desenfrenada –e imagino que por estar en medio del campo–, a falta del tradicional instrumento de látex, decidieron usar una bolsa de pipas (no sabemos si eran Kelia o pipas Facundo) como condón. A ver. Me puedo imaginar que la gente, en un apretón erótico- festivo, pueda darse un buen revolcón en los lugares más insospechados del planeta. Es normal. Especialmente ahora que muchos jóvenes han tenido que volver a casa de sus padres y el sexo en lugares públicos vuelve a ser la única posibilidad. Puedo también imaginarme que, debido a esta situación, uno tenga que ajustarse a los accidentes físicos del lugar donde practicar las artes amatorias y ello implique que se practiquen las posiciones más inverosímiles que se puedan describir. Es normal. Si me apuras mucho puedo incluso comprender que, siguiendo los métodos naturales que nos proponen los que están en contra de toda intervención humana en el acto de procrear, haya quienes mantengan relaciones sin ningún tipo de precaución. Es normal. No sé si aconsejable en muchos casos, pero bueno, ahí esta la opción. Ahora, lo que no logro asimilar, lo que no se me pasa por la cabeza ni llego a imaginar, por más que me considero una persona con una decente aptitud imaginativa, es cómo dos personas, en su pleno juicio, pueden llegar a tener un calentón tan tremendo que lo único que se les ocurre es usar una bolsa de pipas como condón. ¿Cómo se le ocurre a alguien esa idea? ¿Y qué fue antes: la bolsa vacía o las ganas?

Hay dos formas posibles que pueden ser opciones tan irreales como la noticia en sí. En la primera, la pareja estaba comiendo pipas y al tocarse sus dedos en el fondo del paquete vacío, se miraron con ojos dulces, miraron el envoltorio metalizado y él dijo: “cariño, es perfecto para con los bordes cortarte tu preciosa vagina y para darle un rico sabor salado a mi pene, ¿qué te parece?” Y claro, ella sonrió y, con voz cálida, mirada tersa y expresión serena respondió: “me parece una idea excelente, amor mío. Ya sabes que me encanta el contacto de superficies metálicas en mi entrepierna”. 
La segunda, es más sutil. Ambos estaban en los precalentamientos, acariciando cada rincón del otro amante, con la respiración entrecortada y el deseo tatuado en la lengua. El estío los hacía sudar entre abrazos, caricias e impulsos contenidos. Todo era calor, temperatura, grados; dos volcanes hechos de una lava inacabable e imposible de atar. Da igual si estaban en el campo, en una casa, en el coche o en el cine de verano. En ese momento no se pudieron esperar a entrar al servicio del bar de la esquina y sacar preservativos de la máquina, tampoco pudieron ir a la farmacia más cercana y por lo visto no han escuchado hablar del 69. No. Pillaron un paquete de pipas y al tema. A las horas, sí que encontraron tiempo para ir al hospital, porque el paquete no había manera de sacarlo. Las noticias siguen sorprendiendo, se miren como se miren.    

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