lunes, 13 de junio de 2011

Día de fiesta

Hoy es 13 de junio, día de San Antonio, algo que a la mayoría les importará un carajo, pero que a mí me ha traído muchas alegrías en los últimos años de regalos.  Éste me parecía que iba a ser distinto por motivos razonables y fáciles de entender: Alemania no es un país católico con lo que esto de los santos, como que no y encima estaba solo. Pero me he equivocado. Hoy ha sido un día de fiesta en todo orden, no de juerga, pero sí de reírme un rato. Por dos razones.

La primera es que inexplicablemente, debido a alguna razón que ni entiendo ni quiero entender, hoy ha sido festivo en este país, en el que según Merkel se trabaja mucho más que en España, aunque Eurofund dice que los españoles curramos 60 horas más al año. El caso es que me ha venido de puta madre porque anoche trasnoché como un adolescente que se ha quedado solo en casa durante el fin de semana y lo aprovecha para andar desnudo por el piso, comer guarrerías, beber vino y ver pelis hasta el amanecer. Por eso hoy cuando me he despertado, a esto de la una, me he sentido como nuevo, como un santo varón. Me he puesto las pilas, he recogido la casa, he mirado un par de cosas del trabajo y de pronto, la gran sorpresa, miro el skype y veo que el nombre de mi madre está conectado. Momentos de confusión, miro a un lado y a otro de la habitación, buscando una cámara oculta o alguna señal del más allá, vuelvo a mirar al ordenador y aún sigue ahí, la cuenta que le hice hace más de tres meses, por si algún día ponían Internet en casa.
Amenazado por la presencia fantasmagórica de la cuenta de mi madre, me armé de valor y llamé. Escuchando los tonos, pensé en qué haría mi madre detrás de un ordenador. Mi madre que aún no sabe poner un dvd, que le llama TNT al TDT (¿o ése es mi padre?), que no manda sms en el móvil porque no cree que lleguen, que grita al teléfono no vaya a ser que el otro u otra no la escuche, que piensa que un teléfono táctil está roto porque no tiene botones. Pues mi madre estaba conectada al skype. Y mi llamada, al final, la cogió.

Cuando veo a mi amigo Ángel allí, ayudándola a conectarse, entendí el misterio, pero no por ello me pareció menos gracioso. Mi madre, pegada a la pantalla del ordenador, como para verme mejor (u olerme, a esa distancia), con sus gafas, medio sonriendo y claramente entusiasmada con la invención. Mi padre, con su pijama sempiterno, azul de botones nacarados, me mira en la distancia, desde su córner del sofá, quizás creyendo que puede escapar del campo de visión que me da la diabólica máquina. Le felicito por su santo, él me devuelve la felicitación y le pregunto, al verle contemplarme con casi terror:
–Es increíble esto de la tecnología, ¿verdad?
Mi padre asiente con la cabeza y no dice nada. Yo me río y Ángel, muy cabroncete y acertado, me dice:
–Está con esa cara porque su ordenador no tiene cámara y se lo compró hace un año. No te creas que es por otra cosa.

Y entonces es cuando mi padre dijo algo que reduce todo el significado de la tecnología en el mundo moderno para gente de su edad, que no han crecido con ella, como nosotros y las más nuevas generaciones:
–Si yo hubiera sabido que esto es posible, habría pedido que el ordenador trajera cámara.

Me enterneció y me hizo pensar una sola cosa: ya le vale al hijo de puta del que le vendió el ordenador, que le sacó una muela y le vendió una patata. Algunos usan la tecnología para bien y otros para el suyo propio. Ahora mis padres para verme y yo para descojonarme viendo cómo mi madre se cree que el cursor lo tiene que llevar a rastras de un lado a otro, porquito a poco, no vaya a ser que se caiga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario