jueves, 30 de junio de 2011

La calles de andar por casa


Una de las cosas a las que más provecho le saco por ser como soy es que, bien por inexperto, bien por gilipollas, me sigo sorprendiendo cada día de las cosas que veo. Ayer me encontré con una imagen que no pensaba iba a encontrarme jamás. De camino al trabajo, en uno de los largos corredores que componen la parada de metro en la que tenía que hacer trasbordo, me topé con una mujer, sentada en el suelo, con un perro callejero –lo que viene a ser un chucho gracioso– y un vaso de cartón de Coca-Cola, donde podían verse unas cuantas de monedas, reposando en el fondo. Hasta aquí normal. Nada extraño, como para llevar un párrafo hablando de ello, podréis decir. Y tendrías razón si no fuera porque a esa mujer le importaba un carajo quién pasaba a su lado, quién echaba dinero, quién la miraba o no. Se la traía al fresco porque estaba leyendo un libro. Tal cual. Se había sentado en medio del metro a pedir con su perro pero se había puesto a leer un libro de estos gordos con pastas marrones serias, para matar el tiempo. Ni carteles ni miradas pedigüeñas ni nada. Allí estaba ella en la ardua tarea de cultivar su intelecto mientras trabajaba. Es la primera vez en mi vida que veo a un mendigo ejercer de tal mientras lee, me parece fascinante y una iniciativa que sería cojonuda fomentar.
  
Estaba dándole vueltas a lo que acababa de ver, mientras llegaba a mi casa. Pasé por la panadería, por el Tai, por la pizzería que creía era nueva pero lleva allí más tiempo que yo, por la tintorería, por la peluquería, por la tienda de zapatos, por la pequeña tienda de delicatesen, por… espera, espera un momento. Me doy la vuelta y no me creo lo que estoy viendo. No puede ser. Debo estar equivocado porque algo así no es normal, ni incluso en una ciudad como Berlín, que siempre intenta ser trasgresora y diferente. Observo bien y compruebo que en la acera, frente a la tienda de zapatos hay un bebé solo, a su bola, entretenido con los que pasan. Pero eso no es lo raro, lo extraño es que estaba metido en un parque, como el que está en el salón de su casa y mientras está pelando patatas deja al niño en el parque, para que juegue un rato. No pude más que hacer una foto a tal extraña imagen (a la mujer del metro me dio palo) y llegué  a mi casa preguntándome por la naturaleza de la gente de esta ciudad que llenan las calles de postales tan únicas como las vividas el día de ayer. Y sobre todo me pregunto qué es lo que hacen en sus casas si se ponen a leer en la calle y ponen a sus niños a orillas de las avenidas.

No quiero generalizar porque tampoco esto es lo que uno ve cuando camina por Berlín. Pero ese hacer de la capital del país un andar en pantuflas me resulta un tanto disparatado, que si bien es interesante, a mi parecer no es más que una pincelada de color que esta ciudad siempre se encarga de mostrar a todo el mundo, a toda costa. Reflexión: si alguien dice todo el tiempo que es genial, divertido, diferente y de puta madre, ¿no pensarías que lo único que es, es un capullo integral?   

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