miércoles, 8 de junio de 2011

Lo tuyo es mío y lo mío… también


Cuando era un zagal y me dedicaba a entretener turistas, una vez acabada la jornada laboral, me relacionaba con clientes del hotel en el que estaba trabajando, con la intención de intercambiar experiencias, bromas, copas y en algunos casos también fluidos corporales.

Recuerdo que uno de mis primeros choques culturales fue pagando en un bar. Mi amigo Kodiane y yo estábamos en lo que entonces era uno de los sitios de moda en Puerto del Carmen (cuando también estaba de moda en Lanzarote) con dos chicas alemanas. Pedí una ronda de bebidas y pagué por ella. Una de las chicas me miró extrañada y preguntó, cartera en mano:
-¿Por qué has pagado?
Era la primera vez que nadie me hacía esa pregunta en mi vida y menos aún en un bar. Se me ocurrieron muchas respuestas, pero sólo articulé a decir un educado:
-Porque me apetece invitaros.
Ante lo cual sólo hubo una tímida respuesta y silencio.
Estuvimos charlando un rato y cuando las copas se acabaron, la chica de la pregunta saltó sobre la barra para pedir la siguiente ronda. Una vez con la bebida en la mano me la ofreció con un gesto de “estamos en paz” que me desconcertó. A partir de ese momento, las alemanas pagaron sus copas por un lado y nosotros por el nuestro.
Tras dos años trabajando de animador y otros dos en Etiopía para empresas alemanas, ya tengo aprendida la lección de cómo se paga en tierras teutonas: con calculadora y tabla del tres.

Yo he pasado mi tiempo de cervezas a pachas y botellonas en Carmona. Adolescente de primeros besos y ebriedades, cuando quedaba con mis amigos, todos miserablemente pobres cual ratas de campo, a nadie se le ocurría decir lo que estoy harto de escuchar por aquí: “lo mío es…”. Se me hace un nudo en el estómago. Y sé que es cultural, que se ha de entender, que se ha de respetar y como vivo aquí he de adaptarme, pero me toca las pelotas considerablemente cuando me hacen desenfundar mi cuadernillo Rubio a la hora de pagar en un restaurante o en una terraza. Esto me hace pensar que Merkel, cuando dice que ayudará a España en la crisis del pepino (otra más que añadir a la lista de la compra), lo hará con escuadra y cartabón, de manera que aquí no se pierda ni un céntimo más que el que se ha de perder para no estropear las formas, para quedar bien, para que se pueda decir “estamos en paz”, aunque no sea así.

Por mi parte, aunque he dejado de flirtear con alemanas, no he dejado de compartir rondas con los nacionales de aquí. Es por eso que a veces, cuando me canso y me estreso y me jode ver que encima de las cabezas de la gente se puede ver un bocadillo de cómic con una operación matemática dentro, me adelanto, pago la ronda y no me quedo a comprobar cómo los asistentes se miran entre sí, con un sudor frío corriendo por sus venas, cayéndoles gotas de sudor por la espalda del tamaño de un coco de feria y preguntándose despavoridos: “¿por qué ha pagado?”        

1 comentario:

  1. Hahaha... pobrecito! Si necesitas una terápia me apunto de volontaria para ser invitada SIN preguntas ni mirads.te lo prometo. Pero tiene que durar al menos un mes o dos para que te sirva la terapia, dicen :-)
    (y para que recupere los eruos que la merkel os prometio para los pepinos)

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