miércoles, 15 de junio de 2011

La crisis de unos y de otros


El otro día tuve una conversación sobre las horas de trabajo. Ya dejé –en una entrada anterior– el dato de que en España se trabajan 60 horas más al año que en Alemania, según estudios europeos y homologado por la IUPAC. Pero algunos alemanes son un poco guay y de vez en cuando me tocan las pelotas. Ya tuve que pasar las bromitas de los pepinos españoles, que se han tenido que tragar, por bocazas, y ahora es el turno del eterno tema de la siesta y nuestra idiosincrasia laboral.  

Todo empezó porque hice el comentario de las horas en las que uno ha de estar en la oficina. Argumenté que si entras a las 9 de la mañana, has de salir a las 5 porque son las 8 horas laborales que tiene una jornada. Los alemanes dicen que eso no es así. Tú entras a las 9 y sales a las 5 si no almuerzas, porque si te tomas una hora para comer, ya no estás trabajando 8 sino 7 horas. Mi defensa tiene que ver con los derechos del trabajador que me parece que se han perdido en algún sitio por el camino y nunca han llegado a este país. Si yo paso 8 horas fuera de mi casa, en un sitio donde mi jefe quiere que esté trabajando, retirado de mi hogar, de mi familia, de mi ordenador y de mi salón. Si no puedo ir en pijama o sentarme a hacer lo que sea que haga en calzoncillos y rascándome las pelotas, eso quiere decir que estoy en el lugar de trabajo y ahí he de estar 8 horas, no más. Si dentro de esas horas de trabajo necesito comer, mi jefe ha de joderse y esa hora de “productividad” la pierde.
El comentario que recibí fue:
–Así España está como está.
–¿Cómo? -pregunto sin intentar ocultar mi indignación.
–Pues en crisis.
–Sí, claro, pero para ser justos, Alemania estuvo en una profunda crisis económica hace unos años mientras España iba bien, algo distinto ha de ser lo que motive las crisis, ¿no?
Silencio. Yo sigo.
–Y crisis, sí, pero sólo económica. El mundo se rige por esa crisis pero no es la peor que se puede tener. Una crisis social es peor, donde por ejemplo la sanidad ha de ser pagada por los ciudadanos, tengan dinero o no lo tengan. Una crisis de valores, donde la gente trabaja para poder irse dos semanas de vacaciones a… España, qué casualidad. Una crisis existencial si lo más importante es capitalizarlo todo y convertir Europa en una mini Alemania, con baremos basados en la productividad y el comercio. Y otras muchas más crisis que podría mencionar pero para qué, si las conoces bien –concluyo.

 Entonces pienso en España y lo único que la salva de no decir que estamos sumidos en una mierda incluso más profunda que ésta, es esa gente que está luchando porque las cosas cambien, porque los valores no sean tasados en los bancos; porque la cultura sea libre y accesible, no sólo un instrumento de enriquecimiento de unos cuantos que compran islas y luego se quejan de que la gente descarga canciones; porque la política no sea un trono de oro desde el que observar cómo la gente se hunde en el fango, sino que sea un ejercicio de diálogo y de remangarse la camisa. Pienso en la gente que está trayendo esperanza a las calles, a esa parte del pueblo español que quiere y no sabe cómo, y no sabe qué hacer. O no lo sabía, porque ahora está claro. Y los critican porque han pintado a los parlamentarios catalanes con spray. Nadie se quejó cuando pintaron en rojo los números de los ciudadanos y no con spray, sino, en muchos casos, con tinta indeleble.

Crisis significa, en su primera acepción de la machista y anacrónica RAE: “cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente”. Vale. Pues que sepa el mundo, que en España, el paciente está en la calle y no piensa morirse. Además hemos cogido una fecha de puta madre para hacer las manifestaciones porque a la vez que reivindicamos nuestros derechos, nos ponemos morenitos. En Alemania, cogeríamos una pulmonía.

  

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