viernes, 24 de junio de 2011

Sprechen Sie Deutsch?


No pasa nada, el alemán está bajo control, todo en orden. Voy a comprar pan y señalo lo que quiero en un alemán perfecto. Sé decir cerveza, vino (tinto y blanco), ginebra y tabaco. Conozco los números del 1 al 10 de puta madre, lo cual es muy útil para pedir números de teléfono, y ya me he aprendido el nombre de mi calle. Es decir, ya puedo poner en el currículo que soy nativo en alemán. ¡Qué buena idea la de venirse a Berlín! Sobre todo por el tiempo. “Ya verás cuando llegue el verano”, me decía todo el mundo. “Lo vas a flipar”. Y no se equivocaron. Lo flipo en colores. Sobre todo porque no sería capaz de decir si llueve ahora más o menos que en invierno, puesto que cuando llegué en enero, el frío me hizo perder la conciencia y no recuerdo muy bien qué pasó en mis primeros meses de estancia.

Pero oye, no pasa nada. Me había tomado con buen humor lo de aprender el idioma. Aquí todo el mundo habla inglés y en inglés, me sé los números hasta el 20, o sea, que es otra cosa. Me manejo bien por la ciudad. Y en esta pompa andaba yo de satisfacción y lujuria libidinosa cuando ayer recibí una llamada de mi jefe. No me llama nunca así que me eché a temblar.
–Hola Antonio, ¿cómo estás? –me preguntó cuando hacía media hora que le había dejado en la oficina.
–Pues bien, bien.
–Mira Antonio, verás, he estado hablando con Rima [mi compañera de curro, que aún no se si es en asonante o consonante] y claro, ya sabes que ella en octubre coge la baja maternal [está muy embarazada].
–Sí, sí, lo sabía.
–Bien. Eso significa que desde octubre tú serás el único trabajando en comunicación.
–Sí, imagino.
–Y claro, has de ser capaz de llevar todo lo que ella está haciendo ahora.
¿Un niño en mi vientre?, pensé.
–Lo intentaré –dije.
–Y eso quiere decir que para octubre has de hablar alemán.
Miro el calendario que hay en la cocina y compruebo que este año las cosas siguen siendo iguales que el año pasado y entre finales de junio y octubre sigue habiendo sólo cuatro meses mal contados. Me da por reírme, humor que no es apreciado al otro lado de la línea, y le digo:
–¿Quieres que aprenda alemán en 4 meses?
–Tampoco es tanto lo que te pido, Antonio. Tú ya lo estudiaste en la universidad.
Sí, en el 2003, calculo. En los 90 aprendí a hacer raíces cuadradas y no tengo ni puta idea de cómo se hacen. La gente alucina.

Curiosamente, cosas del destino, el lunes recibí un email de una plataforma de idiomas que lo mismo me ofrece un curro editando textos en español y grabando cursos de español en audio. Es decir que los guiris van a aprender con mi voz, yo me descojono como me den el trabajo. Así que aprovecharé para preguntarles cómo coño puedo aprender alemán en cuatro meses, sin contar la semana que me voy a Ruanda y las dos que me voy a España. Lo mismo les alegro el día con mi chascarrillo y me dan el trabajo por salao.
No sé si os he contado esta anécdota. Hace unas semanas estaba con un grupo de chavales, que estaban comentando algo sobre el fin de semana, en alemán. Hablaron de bares, de chicas y de copas, lo de siempre cuando estás en tus veinte (algunos seguimos en los treinta). Cuando se fueron, me senté con Sam en un bar y le dije orgulloso:
–Creo que lo he entendido casi todo.
–¿En serio? Muy bien, ¿no?
–Sí, la verdad es que estoy hasta sorprendido de mí mismo. Sólo hay una cosa que no me ha quedado clara. ¿Qué hizo al final el cura con la gallina?

Aún se ríe cuando lo recuerda. Pero el cabrón no me ha contestado la pregunta.


  

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