miércoles, 22 de junio de 2011

Entran en un bar Aznar, Rouco y Spiderman…


Y yo que creía que tenía las cosas claras, el pensamiento orientado, las capacidades de discurrir diáfanas. Pero, ¿cómo he podido ser tan inocente? Menos mal que de vez en cuando me da por leer la prensa y en ella siempre encuentro respuestas a mis dudas. Por ejemplo, yo creía que ser de izquierdas significaba pensar en un mundo libre, no sometido; en una sociedad unánime que lucha por un futuro común, no una sociedad dividida a base de chequera y títulos; en una economía de la felicidad, no de la disparidad y el desconcierto; en un mañana ecológicamente equilibrado y armonioso, no en un engaño labrado en Kioto. Yo pensaba que todo esto y mucho más era ser de izquierda, pero menos mal que tropecé con las declaraciones de Aznar, siempre sabias, que define el ser de izquierda como un estado de mente, más propio de la pubertad que de un buen discernimiento. "Todos tenemos épocas rebeldes, el pelo largo, la música alta, querer cambiar muchas cosas... Pero de ahí no pasaba". Eso es cierto, algunos no pasan de eso. Otros se convierten en asesinos que matan a gente inocente en países con petróleo. “No me gustan los ocurrentes”, dice el cachondo. “Son peligrosos”. Claro, tú apoyando a Israel y a sus constantes masacres en Gaza, eres más inofensivo que el perro de Scotex.

Claro, las palabras de nuestro ex más deportista me dejaron confundido. Y entonces de nuevo caí en otro error. Porque pensé que no es normal que la gente lleve más de un mes en la calle y los políticos no les hagan ni puto caso, porque se me pasó por la cabeza que la indignación es debida a sentirse pequeños ante los que se lo llevan todo, sin contemplaciones. Confundido cuando leí que los mossos están denunciando a los que frenan los desahucios y confundido (perplejo más bien) cuando el FMI le soltó a España que van bien pero que tienen que ser valientes y abaratar el despido de los empleados, que es la manera de salir de la crisis. Ésa es la forma, no otra. Pero de nuevo, por la voluntad de Dios, el monseñor Rouco Varela (Monse para los amigos) me sacó del atolladero espiritual al decir que los jóvenes tenemos nuestras vidas rotas porque desconocemos a Cristo. Pues yo me he leído la Biblia, conozco el catolicismo muy bien y eso no impidió que me llevara en paro un tiempo, hasta que me fui de España. Ni tampoco que me indigne. Ni tampoco que me parezca una desfachatez que la Iglesia se gaste un pastón en la visita del Papa (lo cual comparten 120 curas que han escrito una carta quejándose por esto). Algo falla aquí. A lo mejor es la poca vergüenza y la insensatez de algunos.

Consternado, con el alma y los cojones rotos, volví mi rostro al mundo de los superhéroes, esos emblemáticos personajes que siempre están ahí para salvarnos de los malos. Con mirada de niño, ojeé el avance del último número de Spiderman y coño, ¡a otro que se han cargado! Pero, ¿qué carajo pasa aquí? ¿No hay esperanza para nuestro mundo? ¿Se quedará en tan sólo subir el volumen de la música de sus protestas lo del 15M? ¿Iremos todos al infierno por desconocer los poderes divinos que nos cuidan y protegen de los ladrones? Y lo que es más importante, ¿qué ocurriría si Spiderman, Rouco y Aznar entraran en un bar? Aznar gritaría: ¡viva el vino! El camarero preguntaría a Varela: ¿qué le pongo al señor? Y el cardenal contestaría: “al señor una vela, a mí una cerveza”. Spiderman simplemente comentaría: ¿y de verdad yo soy el personaje de comic aquí?

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