martes, 7 de junio de 2011

Con las manos en la cabeza y el pañuelo en la mano


El 14 de octubre del 2006, Petr Cech, entonces portero del Chelsea de Mourinho, fue golpeado por un jugador del Reading, Hunt, provocándole dicho encontronazo una fractura de cráneo, que le llevó al quirófano donde tuvo que someterse a neurocirugía. Nadie daba un duro por su carrera desde ese momento, pero ahí lo tienes al tío, portero de la selección checa y aún portero del Chelsea. ¿Cómo es posible? Por varias razones: buenos médicos, buena condición física, algo de suerte y una protección que le acompaña y le distingue cada vez que juega. Le ocupa casi toda la cabeza y es vital para que pueda seguir siendo uno de los mejores guardametas del mundo. Ya es parte de él. Otro gallo cantaría si lo que llevara puesto fuera un hiyab.

La FIFA ha sacado tiempo de su apretada agenda de corrupción y mangoneo para joderles la vida a las jugadoras nacionales del equipo de fútbol de Irán. Los dos últimos encuentros de este equipo para la clasificación de las próximas Olimpiadas en Londres se los han dado por perdidos antes de jugarlos. ¿Por qué? ¿Por usar uranio en las botas? ¿Por planear un atentado contra el árbitro? ¿Por intentar sobornar al linier? No, eso ya lo hace la FIFA, solita sin ayuda de nadie. Pero no se puede culpar a esta insigne institución de nada. Estas mujeres quieren jugar al fútbol como si fueran una versión moderna de Doña Rogelia y eso es intolerable. Porque sí, vale, es su religión, su credo, su fe, su identidad y su opción el ir cubiertas sin enseñar las piernas ni la cabeza. Pero, ¿qué es la libertad en Irán para el mundo Occidental? ¿Qué nos importan las tradiciones a nosotros cuando no están relacionadas con lo que nos pertenece y nosotros valoramos como válido?

Sí, sí, lo sé, me acabo de meter en un jardín de cuidado. Y algunos dirán: “pero es que una religión que tape a las mujeres y las someta a ir escondidas es algo que no podemos promover”. Entiendo que esto no es blanco o negro, pero también entiendo que estas mujeres quieren jugar al fútbol y no las dejan por la ropa que llevan, por el lugar donde nacieron y por la cultura que respiran. Si luego queremos discutir si su elección de ir vestidas así es libre o no, o si su religión es mejor o peor que por el ejemplo el catolicismo, pues lo hacemos. Porque somos muy rápidos llamándolos moros a todos y criticándolos de machistas y de paquetes-bomba, pero España pasea por las calles una vez al año, mínimo, al máximo representante de su fe, azotado, escupido, insultado y crucificado. Cada vez se destapan más casos de pedofilia, cada vez hay menos vocaciones, se prohíbe el condón para permitir que Dios controle la natalidad, a costa de dejar que la gente se muera por el SIDA y una larga lista de gilipolleces que si bien nunca se van a trasladar a un campo de fútbol (a menos que los del Opus hagan un equipo y vayan con tirilla en el cuello), bien darían para detener ciertas costumbres: colegios de curas, manifestaciones contra el control de natalidad, implicación en la política y finanzas de un país, etc…

Pero les toca a las mujeres pagar por ello. No pueden ser ellas mismas porque a la FIFA no le sale de las pelotas (nunca mejor dicho) y porque no podemos olvidar que es una organización que promueve los valores occidentales: censurar lo que no nos gusta, robar lo que no tenemos y castigar a los que sabemos que no se pueden defender.     

1 comentario:

  1. ...no sólo no las ayudamos a luchar contra su discriminación, si así la consideran, si no que las discriminamos otra vez...

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