miércoles, 29 de junio de 2011

El verano y sus calores


Decía Revolver en una de sus canciones que “el verano no es un buen aliado para la razón” y va a ser cierto. No lo digo por el debate de la nación, ni por el energúmeno que agredió anoche a un fotógrafo en las setas en Sevilla, ni por la estulticia de Grecia que si bien hará que el país no entre en bancarrota, llevará a su pueblo a la miseria y a un capitalismo aún más exacerbado. Tampoco lo digo por la intolerancia del PP, que quiere pasarse la democracia por el forro y acabar con un grupo legal y elegido por la gente, ni por el jaleo que se ha montado entre Córdoba y San Sebastián con el nombramiento de la Capital Cultural de Europa en 2016. Ni siquiera me refiero a la bestialidad que dijo el otro día el Consejero de Telecinco al decir, ni corto ni perezoso, que Belén Esteban es la precursora del 15M (será M de millones por lo que cobra). No, yo soy un poco más básico, más simple, más, digamos, hormonal. Me he dado cuenta de que el verano es como el alcohol y, una vez en sangre, nos hace ver a todos guapos. Será por eso que cada vez que salgo de mi casa me parece que la semana de la moda en Berlín ha empezado ya y está en las calles, en el metro, en los parques, en la panadería, en la oficina postal, en la farmacia y hasta en las escaleras de mi bloque.

Culpo al verano porque no puede ser otra cosa. Es imposible que todas las mujeres con las que me encuentro estén buenas. Y yo que me estoy quitando pues, se hace complicado. Pero no me lo están poniendo fácil.
Ayer fui a un bar y pedí una cerveza. La chica detrás de la barra me dijo que no le quedaba de tirador, sólo había de botella.
–Pues vaya trauma me acaba de entrar– le contesto para quitarle hierro y dando a entender que me daba igual.
–¿Vas a necesitar a un psicólogo?– me pregunta riendo y mostrando sus grandes… ojos.
Yo me río y pensando que con esto de la crisis la gente está muy necesitada de encontrar clientela, pregunto:
–¿Por qué? ¿Eres psicóloga?
Me mira, se lo piensa un instante y contesta:
–Sí. Así que pásate luego que te doy cita para una consulta.
Lo que yo digo, el verano nos está volviendo locos a todos y a todas.

Me vuelvo a casa, con el calor en el cuerpo y en la piel, que me he quemado en estos días, y me meto en el único vagón vacío que encuentro. Tranquilo, a salvo, alejado de tentaciones calenturientas. Llegamos a la estación. El tren se para. Las puertas se abren y una, dos, tres, cuatro, cinco y seis amigas, rubias, ojos azules, pantalón-cinturón, veinteañeras, estupendas, se sientan a mi lado y comienzan a reírse y a mirarse entre ellas. Noto que me pongo colorado, lo cual no creo que se notara porque ya me parecía antes al cangrejo de La Sirenita. Salgo corriendo del tren y me refugio en el salón de mi casa, donde sé que no hay nadie más que yo. Me da miedo encender el ordenador, contestar las llamadas y en la cabeza sólo me suena la última canción de Berto. Así que me rindo, confieso que sí, que no tengo defensas, ni voluntad, ni ganas de tenerlas. Confieso que me gusta el verano… y me lo tiro.       

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