viernes, 1 de julio de 2011

La felicidad está sobrevalorada


Enfrascado en una de estas conversaciones en las que sin duda no se hacen muchos amigos, esta noche he soltado dos perlitas que si bien tienen un fundamento no han sido entendidas muy bien. La primera ha sido de lo más políticamente incorrecto que he soltado desde que le dije al director de una ONG etíope que debería preocuparse más por promover los condones entre los homosexuales (cuando la homosexualidad está prohibida por ley en el país) si querían evitar que creciera el SIDA. Una burrada, sí, pero no era ninguna tontería. Hoy, en Berlín, hablando de depresiones, he dicho que estaba convencido de que la gente en los campos de concentración alemanes tenían menos depresiones que las que la gente tiene ahora.
Por lo visto, me he enterado hace nada, hay un estudio que ha encontrado una relación entre la cantidad de violencia que hay en un país y el número de suicidios. Es decir, que cuando hay mucha violencia, hay menos suicidios y cuando te encuentras con estos países perfectos de Heidi, como los nórdicos, las cifras se disparan. Esto me daría la razón en mi aserción. Yo pienso que las depresiones son el producto, en la mayoría de sus casos, de mirarse el ombligo y compadecerse de uno mismo, con razón o sin razón. Leí un artículo hace mucho en el que se decía que en los países con tragedias, no había apenas depresiones. Es una cuestión de lógica: cuando el sobrevivir es lo más importante que acontece en nuestras vidas, no tenemos tiempo para pensar en si somos felices o no.

Es llegado a este punto cuando he dejado caer la segunda joyita y he dicho que la felicidad está sobrevalorada. “Hala qué cínico”, me han dicho. ¿Cínico yo? Me la suda. No es cierto. Pero no hay que quedarse en el mero comentario, hay que ir un poco más allá y preguntarle a la gente que conocemos qué es lo que consideran como felicidad. ¿Qué es ser feliz para ti? Trabajo, casa, mujer, hijos, perro, coche, dinero. Pocos se salen de estos baremos y no me parece mal, pero lo quieren en el orden, la intensidad y el espacio/tiempo en el que la sociedad marca. ¿Ya tienes casi 34 años y aún no tienes novia? Me dijeron hace unos meses, la última vez. ¿Tampoco una casa? ¿No tienes trabajo? ¿Ni perro ni niños? No, no tengo nada de eso, pero sí a un hijo de puta tocándome las pelotas así que vete y déjame en paz, coñazo.
El caso es que por circunstancias o simplemente por apetencias no entramos en estos marcos establecidos, nos hacen sentir como fracasados, como gente que no hemos conseguido nada en la vida, no valemos lo que los otros valen y somos parias, somos escoria, somos medio hombres o mujeres. Y entonces es cuando caemos en el vacío de la tristeza por no estar a la altura de la vida, es entonces cuando llegan las depresiones y lloramos porque no tenemos coche que conducir a la playa de moda, ni novia que nos la toque, ni casa en la que pasearnos en calzoncillos.

La felicidad es maravillosa pero no la que nos venden en las pelis de Hollywood sino la que sentimos cada vez que nos tomamos una cerveza con un amigo, cuando leemos un libro que nos embauca, cuando pasamos la noche de charleta, cuando la morena del metro te intercambia una sonrisa o cuando simplemente te levantas contento porque es el sol el que te recibe y no la puta lluvia. Sonará a tópico pero es que la felicidad es tan sencilla de conseguir –sobre todo en nuestras posiciones privilegiadas de occidente– que parece ñoña.

¿Quién es el valiente que le pone fronteras a la felicidad? No seré yo, que si bien no soy políticamente correcto sí que soy feliz. Y que me quiten lo bailao.    

2 comentarios:

  1. Cuando se vive el surrealismo o vives por lo alto de tus posibilidades, al volver a la realidad la felicidad se encarece según con las fuerzas en que lo has vivido.

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  2. Hemos materializado el concepto de felicidad y es por eso que sólo la podemos encontrar a través de cosas, de pertenencias, y eso nos convierte en urracas, que sólo se acercan a lo que brilla por fuera.
    Gracias por el comentario alquivir, un placer encontrarte por aquí.

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