martes, 5 de julio de 2011

Lo que el tiempo no puede ni debe acallar


Meses antes de irme a Etiopía, cuando aún ni me olía qué me iba a deparar la vida, Ramón, Juan José y yo nos fuimos a Bosnia. No eran sólo vacaciones. Nos lo planteamos como algo más. Para mí, la guerra de Bosnia era mi trabajo fin de carrera, para Ramón, el reencuentro con viejos amigos y el descubrimiento del escenario del que había oído miles de historias y para Juan José una oportunidad de llevar su fotografía a otro paisaje, de darle otro sentido a su imágenes. Pero para los tres era la experiencia conjunta y compartida de irnos al Este como quien se va a otra realidad.

Aunque asentados en Sarajevo, dimos unas cuantas de vueltas por el país y estuvimos en varios sitios. Uno de ellos fue Srebrenica. Precisamente en el camino hacia allá, nos enteramos de que estaban haciendo controles porque creían que Mladic se escondía cerca de allí. Vaya locura, pensé. Uno de los asesinos más buscados, responsable de la masacre europea más notoria tras la Segunda Guerra Mundial, y se esconde a la vuelta de la esquina. Pero no era una gilipollez del todo. Srebenica era una ciudad donde de 90% de la población era de religión musulmana y el resto ortodoxa. Tras el paso de Mladic por la ciudad, la población que la habitaba era 100% ortodoxa. Nada que ver con una vocación tardía, sino con un genocidio en las narices de la ONU y de los medios de comunicación internacionales. 

Ahora, casi 20 años después de los sucesos en esta ciudad bosnia, sientan a uno de los mayores hijos de puta aún vivos, en el banquillo. Las madres de algunos de los 8000 hombres que fueron asesinados y arrojados después a fosas comunes estaban allí. Mladic se rió de ellas, del tribunal y del que se puso por delante. Quizás sabe que no le pasará nada, como a su paisano y jefe Milosevic o como a Pinochet o como a tantos otros que han ido a la Haya. “No eran 8000 musulmanes sino 400”, dicen unos cuantos intelectuales serbios. Ah, bueno, pues nada si sólo mató a 400, entonces que el chaval se vaya a su casa que tampoco es tan malo. Pero cuando entras en el cementerio de Srebenica, al cual aún la gente le hace pintadas y sobrepasan con el coche saludando con la bocina, te das cuenta de que no fueron 400. El paisaje de tumbas, marcadas con estacas verdes, despliega un manto frente a los visitantes que si bien es del mismo color, no tiene nada que ver con la esperanza. “Los serbios lo único que saben hacer bien es matar bosnios”, nos decía un chico mientras sonreía socarronamente al volante de su coche de importación. No es una afirmación a la que me vaya a unir, a pesar de los números que ha dado la historia para confirmar esto, pero sí podré decir que Mladic lo hizo muy bien y nadie movió un dedo para detener tal carnicería. Sólo ocurre ahora, cuando Serbia ve que es tiempo de hacerse europeos (entregar a Mladic era conditio sine qua non para ello), que atrapan a un verdugo como hacía años no se conocía a ninguno. Y lo sientan en el banquillo para que se mofe del mundo, de nuevo, y de esas madres, que como las de Argentina, sólo piden justicia.

No sé por qué existe este miedo a remover el pasado, cuando ha quedado claro que la mejor manera de no repetir errores es conociendo a fondo el camino recorrido. Tampoco en España somos mejores en eso y si no que se lo pregunten a Garzón.      

2 comentarios:

  1. La memoria histórica es propiedad de las victima ya que a nadie le gustaría saber que su padre fue un hijo de puta, aunque personalmente jamás vincularía la genealogía. Muy bueno tu articulo, un ‘peazo de abrazo’ ¡ha! dale recuerdos al Angelito

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  2. Alquivir, las víctimas mueren y se les acabó la propiedad. Somos nosotros los que nos quedamos con los crímenes y las injusticias y los que hemos de procurar erradicarlas para que no vuelvan a ocurrir, aunque eso implique decirle a tu vecino que su padre era un hijo de puta.
    Gracias por leer mis desvaríos y te mandamos un abrazo Angelito y yo desde las tierras teutonas.

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