jueves, 21 de julio de 2011

Y al tercer día… se acabó


Seis de la tarde del jueves. Estoy sentado por primera vez desde las diez de la mañana. Hoy he tenido suerte y he podido almorzar. De pie. Ahora estoy en el plenario de clausura donde la gente ha llegado a acuerdos, compromisos y comeduras de polla mutuas.
Me he pasado todo el día tomando fotos de los asistentes al evento para luego imprimirlas y colocarlas en un mapa de África gigante. Hemos puesto quizás más de 600 personas en él. La organización quiere usarlo para la portada del documento que van  a producir sobre la conferencia. Para nosotros, a nivel relaciones públicas es un éxito pero en el país de los ciegos el tuerto es el rey y en un coñazo de evento como éste, con una cruel procesión de power points, algo como lo que hemos hecho se convierte fácilmente en la revolución del siglo.
–Es una pena que nadie pueda ver cómo ha quedado el mapa –me dice mi jefe, sentado entre gente seria y responsable.
–Pues vamos por el panel y lo subimos a la sala para que lo vean todos –le reto.
Le veo acojonarse. A mí me la suda porque para mí no hay conciencia política ni interés de portarme bien. Pero él sabe que sería saltarnos un par de docenas de reglas de protocolo. No dice nada. Calla unos segundos y me dice:
–¿Vamos?
Guardo el ordenador, lo meto en la mochila y con el gesto contesto. Vamos por el panel y en lugar de subirlo, nos emocionamos y lo plantamos en la puerta principal del hotel. Lo va a ver hasta el que no quiera verlo. ¡A chuparla! Estoy deseando a que lleguen los primeros comentarios toca pelotas. Yo esta noche me lo he ganado, mañana me voy de Kigali y hoy me voy de fiesta, que ya va siendo hora, no me jodas.

He acabado un poco cansado de tanta mierda (nunca mejor dicho), de tanta diplomacia, juego de clases y poder. Me he hecho amigo de todo el personal del hotel que me tratan de puta madre y me saludan y se me acercan a darme palique cuando me ven solo. Hasta se han dejado tomar fotos, aun a riesgo de meterse en líos. Pero la gente que viene aquí con la excusa de enseñar el pin de ser gente de puta madre, viene a hacer negocios, a crear redes sociales y a promocionarse. Sólo unos cuantos están de verdad interesados en poner el valor de los derechos humanos por encima de sus intereses, por encima de sus carreras. Pero como me dice mi amigo Ramón, tengo suerte de estar aquí, de ver esto, de apreciar y observar una realidad que también hay que tener en cuenta. Lo que me atormenta es que cuando me decidí a dedicar mi vida a los derechos humanos no era para ver a un puñado de políticos, expertos y directores de grandes organizaciones tocársela los unos a los otros.

Jueves 21, seis y media de la tarde, esto se está acabando, junto con la batería de mi ordenador y con mis energías. Ha sido una semana intensa pero bonita. He aprendido mucho, desde lo bueno y lo malo. En octubre, si todo sigue igual: Bombay. Pero mañana, vuelo de vuelta a Berlín, aunque no llegue hasta el sábado, donde volveré a mi rutina europea sin mosquitos, sin moto taxis (hoy he cogido una) y sin la sonrisa de la gente de Ruanda, que debería considerarse como energía renovable porque parece no acabarse nunca. Mañana me marcho de Ruanda, pero queda mucho de ella que se viene conmigo. Y posiblemente después de esta noche más aún.      

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