miércoles, 20 de julio de 2011

Los derechos humanos también tienen clases


Ya estoy de lleno en el jueves, ha pasado la medianoche, la carroza es calabaza para puré y el alcohol de la noche se ha evaporado. Hoy ha sido la gala de los premios de agua y saneamiento. Nos han dado uno por el trabajo mediático realizado. No me lo atribuyo puesto que llevo tres meses trabajando en esto. No soy tan arrogante. Pero ha habido mucha gente que sí ha estado ahí desde los orígenes y que se han visto relegados, como yo, a una cena de segunda división, en la planta baja del hotel, mientras que en la de arriba estaban los VIP y el presidente de Ruanda. ¡Qué bonito mensaje que dar a los niños del mundo! Da igual donde estés y a qué te dediques, al final los jefes y enchufados están arriba y tú abajo. Por supuesto, no soy de los que se lo pasan mal en los sótanos y menos con barra libre.  

Me he sentado con Olivier, un medio francés medio inglés con el que he congeniado bastante bien estos días. Nos hemos reído un rato de las circunstancias, del hecho de que nos han hecho ponernos una pulsera plateada para entrar en la cena (los de arriba llevaban una dorada), bajo una seguridad ridícula que le ha dado todo el derecho del mundo a un guarda a tocarme la polla, un par de veces, por si acaso se creía que guardaba algo en las pelotas. Para colmo, me han sentado junto a una mujer que es una experta en saneamiento, con lo que a mí me gustan los llamados expertos. Ha tenido el mal gusto de, cuando he llegado de servirme la cena en el buffet, criticarme mi elección ya que no había nada verde.
–¿No sabías que la comida que elegimos ha de tener muchos colores y que esto va en proporción con los valores nutricionales de lo que comemos?– me suelta a bocajarro sin presentarse ni nada.
He sacado a pasear al burraco que llevo dentro y, ante la atenta mirada oídos abiertos de los comensales (uno de ellos se parecía un huevo a Sean Penn), le he dicho:
–No veo el drama. He cogido pescado, carne en salsa, patatas y ensalada de pasta. Todo es amarillo y marrón, como la orina y la mierda, que teniendo en cuenta que trabajamos en saneamiento, viene a cuento, ¿no crees? Y bueno, del color de la cerveza no te digo nada.
Olivier se descojona, la gente me mira con cara de asco y la mujer no contesta. Yo sigo comiendo y mando a tomar por el culo a todo el mundo que se cree que está a la vuelta de todo, sólo por el hecho de creerse muy listo. Al rato veo que le retiran el plato con la ensalada casi intacta.
–Veo que no has tocado tu paleta de colores– le digo. –Al final tanta policromía no ha servido más que para hacer un chiste malo de mis gustos culinarios.
Sonrisa forzada.
–Aún así el poner colores en tu plato de comida dice mucho de tu alimentación –insiste.
–He venido a cenar, no ha pintar un cuadro –le acabo diciendo, mientras pido otra cerveza.

Al mismo tiempo, mi jefe recogía un premio en la planta de arriba sin la mayor parte de la gente que ha estado junto a él currando durante el último año. Ellos no tenían pulsera dorada, ni contactos, ni pase VIP. Sólo creen en lo que hacen y en que los derechos humanos no deberían tener clases.       

1 comentario:

  1. Veo que te fijas en muchas cosas y las retienes para después escribirlas. Veo un agudo ojo que puede dar, y lo da, mucho de sí, aunque tenga la osadía de pensar que los hombres cazaban y las mujeres recolectaban :)
    Eres afortunado por estar por ahí de la manera en que esás por ahí.
    Lo digo yo, que soy omnisciente.

    ResponderEliminar