sábado, 30 de julio de 2011

¡Madre, no quiero ser artista!


Mi amiga Cristina, una de las mujeres más inteligentes que conozco, me dijo un día: “algunos artistas deberían dedicarse a hacer lo que hacen y no a hablar, porque cuando abren la boca, la cagan”. Yo siempre he pensado que si algún día me hiciera famoso por lo que fuera (blogero del año, vaciador de vidrios, vividor de nocturnidad, experto en dilación, buscador de líos sin retorno, etc.), aprovecharía la plataforma que la fama me diera para hablar de temas interesantes como la mala gestión del alimento en el mundo, las políticas económicas que asfixian a la mayoría de los mortales o la mala gestión universal que se está haciendo del medio ambiente. Me informaría, leería mucho sobre ello y aprovecharía para soltar mensajitos por doquier hasta que la gente me pusiera motes por pesado. Bueno, alguna cosilla más sacaría también de la fama, pero eso es otro tema.

Hoy en día, tenemos algunos ejemplos de famosos que dejan mucho que desear al respecto. Los famosos dicen cada vez más gilipolleces y a la vez son cada vez más influyentes, lo cual complica el panorama. Eso no pasaba antes. Cuando algún famoso decía algo, quedaba grabado en los anales de las citas históricas. Por ejemplo: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”, de Einstein. O “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos” del muy citado últimamente y grande Martin Luther King. O también en un tono más poético, Cortázar siempre magnífico diciendo:  “Ven a dormir conmigo: no haremos el amor, él nos hará”. Son tres ejemplos entre millones de ellos. Pura inspiración.
Ahora vamos a ver qué nos deparan los tiempos modernos, con esa gente a la que llamamos artistas. Así tenemos a Pamela Anderson, siempre muy recurrida en el mundo intelectual, asentando que “no es la contaminación lo que daña el ambiente. Son las impurezas del aire y el agua”. O a Britney Spears, más de lo mismo, diciendo que “las películas actuales son raras, te hacen pensar”. Y como cita de un gran pensador, George Bush hablando de economía doméstica: “La mayor parte de nuestras importaciones vienen de afuera del país”. Estamos salvados.

Siendo un poco más actuales, he de hablar de Morrisey, ex-cantante de los fantásticos The Smiths. Ha de ser increíble tener eso en tu currículo. Vas a un bar y dices: “sí, bueno, yo cantaba en ese grupillo, en The Smith, ya sabes”. Y el resto te viene solo: conversación, copas y mujeres. Pero no, el tipo por lo visto no estaba conforme con eso y ha decidido hacer justo lo que Cristina no recomienda y con toda la razón del mundo: hablar. Además, ha escogido el símil perfecto: la matanza en Oslo con la matanza de vacas en McDonalds y de pollos en Kentucky Fried Chicken. ¡Olé! Y se ha quedado el tío tan ancho. Me ha extrañado que no haya dicho nada sobre la explotación de animales que Disney hace en sus películas, abusando de Goofy, Mickey y el pato Donald.

Yo entiendo que existe una cosa llamada derechos de los animales. Estoy de acuerdo con ello y los apoyo en todo lo que concierne el maltrato y el atropello al que sometemos a la especie animal. Pero lo siento mucho y que me perdonen los que se ofendan pero un perro no es una persona ni un pollo un adolescente. Y sí, está fatal matar a golpes a una vaca, lo detesto y denuncio. Pero no es comparable con ejecutar a casi una centena de personas porque te sale de la polla. Si esto no es entendible, apaga y vámonos. Y si por ser artista uno puede decir lo que le salga del níspero sin más y sin nadie que le de una colleja pues apaga también.

Hablar de impuestos sobre la cultura desde tu islita recién comprada; o de justicia desde tu Mercedes abollado al matar a un niño; o de asesinatos de animales sólo porque seas vegetariano y te sientas mejor entre animales que entre personas, es fácil. Lo difícil es ser consecuente y callarse cuando no tienes nada inteligente que decir.   

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