lunes, 11 de julio de 2011

Semana nueva vida nueva


Lunes por la mañana. Me despido de Ángel que se vuelve hoy a las Españas y me deja con ese vacío que sólo los amigos dejan cuando se marchan. Lo veré pronto. Me animo y salgo a la calle sabiendo que necesito tiempo para recuperarme de esta última semana, pero con el convencimiento de que ésta  va a ser trepidante, renovadora, excitante y dinámica. Me recreo con las canciones del iPod, creyendo que soy parte de un vídeo musical e imaginando que The Phoenix suena en el metro mientras la gente entra y sale, ya pendientes de sus móviles internetizados y de sus periódicos del día. Yo mientras muevo un pié al son de la música. Luego un hombro, y otro. Las rodillas se balancean y tras ellas la cintura, el cuerpo y comienzo a bailar. En el medio del vagón me entusiasmo y me muevo como si fuera la última noche, como si fuera mi última vez. Y la gente comienza a susurrar pero ya nadie mira a nada más que no sea mi movimiento atrevido y temprano. Algunos siguen el ritmo de la canción y aplauden e incluso se levantan y comenzamos a representar la coreografía improvisada de la mañana (y yo que creía que eso sólo pasaba en loas películas de Disney). Todo el vagón se llena de risas, de ritmo, de música. Y pienso que la semana no podía haber empezado mejor. Al menos no en mi cabeza porque por supuesto el vagón sigue inmóvil y sumido en el sopor del lunes. Yo me limito a escuchar la selección aleatoria de canciones que va apareciendo en mi mp3, sin moverme demasiado. Ni bailes, ni palmas, ni vagón disco. Pero en mi cabeza quedaba de puta madre.

Salgo a la calle y la oficina está cerrada. No tengo llave porque se la dejé la semana pasada a una chica que hoy quería venir temprano. Ya veo, ya. Me da tiempo para tomarme un café y escribir estas líneas. Sigo pensando que esta semana va a ser grande. El ver a un hombre bebiendo una cerveza a las nueve me da un poco de bajona. No es envidia. Es sólo bajona. No son horas de echar una cañita sobre todo cuando se nota que se dirige al curro, todo recién duchado y con su mochila a cuestas, entrando en un edificio de oficinas. Me hace recordar que el último día en Budapest, un hombre un tanto perjudicado nos echó una maldición. Bueno, no le entendí porque mi dominio del húngaro es el mismo que tengo de pesca submarina. Pero imaginé que no podía ser muy bueno lo que nos soltó si fue tras pedirnos dinero, tras denegarles la dádiva y tras hacer un gesto con su mano que era básicamente el de hacer una cruz en el aire y pasar su mano por el cuello. Yo no soy un experto en el mundo de los símbolos pero me parece que aquello no parecía un “que tengáis buen viaje, chicos”. Así que si le dije a Ángel: “ya sabes, si se cae el avión es por culpa de este cabrón”. “¿Y si no se cae?”, me preguntó. “Pues si no se cae, nos vamos a tomar algo y a celebrar que estamos vivos”.

Llueve en Berlín, es lunes por la mañana y esta semana va a ser una grande. Me apuro el café, observando a un perro que pasea junto a su amo y es el perro el que lleva la correa en la boca, mientras el hombre camina distraído. Extraña ciudad. Ya va siendo hora de volver a la oficina. Va a ser una semana grande. Lo mismo me pongo otra canción y voy haciendo un videoclip por la calle de una de The Cure, de vuelta al curro. Va ser una semana grande.    

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